Una niña enfervorizada espera a su padre, un mafioso dominicano al que idolatra y que siempre llega sin avisar, como los monstruos en las películas de terror. Papi aparece, desaparece y reaparece, cargado de dólares y un sinfín de coches, novias y regalos. Encarna, como ha señalado el crítico Juan Duchesne Winter, al «neomacho global» y triunfador de los trópicos, que provoca alucinaciones en todos los que lo rodean: «El problema es que papi, como el Mesías, siempre aparece pero nunca llega. Así se cumple la falla íntima de una pasión dominicana, la brecha de toda pasión de la espera, narrada en una prosa que inocula el ritmo del perico ripiao en el pulso tecno, que inyecta la bachata en la sonata».
«La gente se ha organizado a ambos lados de la avenida, una cuerda los separa de tu cuerpo, pero ellos estiran los brazos para que tú les choques esos cinco sin dejar de correr y ya te has quitado el traje de 2.000 dólares y llevas un jogging suit azul cobalto de 1.700 dólares, y ha comenzado a llover y la gente saca paraguas y plásticos para cubrirse y un palomo corre detrás de ti con un pedazo de cartón para que no te mojes la cabeza, pero sudas tanto que parece que te estuvieras mojando anyways y detrás de ti una caravana de carros con sirenas, patanas, camiones, motores y motonetas, y muchos corriendo y otros en silla de ruedas.»