En Sueños de la constancia, lo tangible y temporal -escorpiones, mariposas, perros, colores- es descrito simbólicamente. Son pasajes para viajar a lo intangible, que además parece esconderse. Esta conciencia de desaparecimiento de la realidad genera una nostalgia inmediata por un lugar perdido,“donde/ sin duda volveríamos/ a merecer un cielo”. Un lar que no es dicho, pero que una vez tratado queda en tanto signo. Y sólo entonces comienza a ser soportable. Luego puede la autora mirar “curiosa, fríamente su cadáver” y traérnoslo. El lugar en el que nos lo entrega tampoco es firme. Insinúa que en él residen la soledad del emisor y del receptor, la cual puede salvarse a través de lo ajeno -el perro que alegremente ladra- más que de lo propio, que nos remite a la misma soledad: “padre mío/ te como;/ esposo mío, tú azogas/ el espejo en que espero.