Enfrentar, después de años, una lista de notas más larga de lo que podía suponer, para empezar a salvar algunas en libro, arriesga ser un paseo por los bordes del error, debiendo resistir la tentación, que suele asaltarme, de corregir lo ya escrito, en una práctica de la desconfianza que a veces se apoya, no sin riesgos, en la idea de que el pasado era el campo de los aprendizajes a veces inconclusos y de que el tiempo es un maestro cuya fatalidad basta para mejorar todo a su paso. Y elegir en cosa propia es cosa accidentada que el tiempo complica. Notas y prólogos deben la inclusión, en fin, al azar, que es también la lógica que más impera, al fin de cuentas, en nuestras vidas.