El libro de Anne Carson nos entrega no sólo una parodia que muestra un sentido ético y estético en su más elevada dimensión. La Guerra de Troya es el pretexto para urdir el texto, para bordarlo, abordarlo desde el origen de la palabra guerra y sus derivados: pelea, combate, batalla, lanza, muerte, violación, crimen, abandono, sinsentido, deshumanización, todo acto que navega en contra de lo que debería ser el último fin de nuestra existencia. No hemos sabido escuchar, no hemos sabido descifrar ni mucho menos cuestionarnos.
En nueve lecciones de historia, con sus concomitantes enseñanzas, la poeta desarrolla un pensamiento por asociaciones que entrega al lector con su usual dejo de ironía, y una indignación punzante. Muestra que hemos puesto en la guerra una obtusa forma de obtener la gloria, eso que llamamos poder, posesión, mancha, sangre, ceguera. Vivimos en la oscuridad navegando hacia la orilla donde se libra una guerra que no sabemos cómo se inició. Al hacerlo, obnubilamos el otro lado del dolor, es decir, la altísima belleza que todo dolor trascendido alcanza.