Este libro es un compendio del deseo: decenas de mujeres —y algunos hombres— desfilan por las ganas de las otras, imploran, parten y regresan, desesperan. Cumplen, además, a ratos, ciertas misiones, como alesbianar a las bugas o bugaizar a las locas. Hoy una mezcla de cuerpos y de almas, de dolor y de gozo; de camisas de cuadros y botas con faldones y aretes, maquillaje, películas de Angélica María y Lucerito y mucha música. Música para celebrar, para bailar, para llorar y para consolarse, música para besarse y frotar los cuerpos, para anochecer y amanecer mil veces, un cuerpo y todos los cuerpos, enredados: labios, dedos; lenguas, piernas, brazos, pechos, sexos... "Eterno espejo, en el que todas habitamos mudas en nuestro bullicio". Artemisa Téllez, que observa y participa, aprieta una y otra vez el obturador —esa poderosa arma que es su pluma—, foto a foto, va describiendo un mundo, llenando el álbum familiar de esas imágenes tomadas al azar —y no tanto—, poniéndolas, con naturalidad, ante los ojos del lector. En cada una de esas instantáneas, las personajes "se ríen, me río, nos reímos porque estamos contentas de estar aquí, de ser quienes somos, como queremos ser".