En los poemas y cuentos de Paula Winkler se juega con todo aquello que perturba un orden: deseo, represión, goce, culpa… Y nacen las preguntas. ¿Quién es la que invita a cucharas y sartenes para decirles que está cansada, que la dejen amar en paz, quién la que se propone sembrar en la boca de su hombre orquídeas negras? Y quién es la escritora que en tiempos en que reina lo obvio se atreve a pendular entre perversos, víctimas y victimarios, marcando con su prosa y con sus versos una sola certeza: la incerteza. ¿O acaso el que lee no es también perverso, de algún modo? Abrir sobres ajenos es violentar una intimidad. Y aunque se trate de personajes de ficción, el lector experimenta la excitación del que espía.
Hay humor en la novedosa propuesta de Paula Winkler. Es un verdadero regalo recorrer páginas bien escritas en las que no hay estereotipos, abunda el ingenio y se apela a la complicidad. Cuentos perversos y poemas desesperados intenta desde su mismo título enfrentarnos con aquellos espacios que los límites no lograron ordenar. Provoca de un modo sutil y curioso, vistiendo con ropajes convencionales a personas de todos los días, para entonces, como distraídamente, crear el misterio, convertirlos en personajes incógnita y a nosotros, lectores hasta ese entonces fuera de la escena, incomodamos. Tal vez inquietamos. ¿Qué fantasmas persiguen a Ernesto? El espanto y lo absurdo se esconden detrás de lo conocido. Un sombrero condensa una historia que cuando lo ilumina, lo disuelve. Mejor dicho, se corre para que nuestra mirada se vea tentada a descubrir la trama que las cosas de todos los días definen como inexistentes. Vuelve a aparecer el misterio. En algún lugar persiste el secreto. Ser mujer es calentar en los leños... ser mujer es estirar las manos... ser mujer es no dudar... Entre líneas aparece la lectura de la autora: ¿qué es ser mujer? Una pregunta desesperada. Aquella que reclama el rostro sin rostro de quien busca otro rostro. Paula Winkler nos propone un itinerario donde sujetos y objetos se diferencian y entremezclan adquiriendo en la constante inestabilidad del imaginario nuevas identidades. Pero quisiera terminar estas ideas presentándoles al gran protagonista del viaje al que nos invitó la autora y nosotros ingenuamente, confiados, aceptamos. Me refiero a aquel desconocido que se disfrazó de desconocido para seguir siendo el eterno desconocido: la muerte.