Veía pañuelos morados, amarillos, anaranjados, que aparecían y desaparecían y casi le rozaban la cara. Si al menos ella pudiera saber dónde escondía Alejandro los pañuelos, entonces una noche podría levantarse sin hacer ruido y enroscárselos por el cuerpo desnudo y bailar y girar y acordarse del tiempo en que tenía a todos los hombres del mundo para ella sola. Los pañuelos volaban y se anudaban unos con otros y se volvían a desanudar. Su tacto debía ser como el de las manos de los muchachos muy jóvenes, tímido y acariciante, cálido y huidizo, que pedía mucho más de lo que podía dar. Pero Alejandro hacía desaparecer para siempre pañuelos y caricias quedando él solo de pie en medio de la habitación, muy dueño de sí y de las emociones de Clara. En los bajos fondos de Buenos Aires, en los arrabales del tango, se desarrolla Hay que sonreír, la primera novela de Luisa Valenzuela publicada en 1966. Los avatares de Clara, conmovedora prostituta que responde a leyes poéticas, prefiguran todo lo que será la novelística de la autora, quien hace de su estética su ética.