Las armas que no se ven son las que producen las heridas más profundas. En estos cuentos, esas armas, la de los cuerpos y las palabras, se superponen con las letales, las que se manipularos con horror y son dimensión durante los años de la dictadura. Porque los encuentros de personajes como Bella y Pedro del cuento “Cuarta versión” o Amanda y Coyote, en “Ceremonias de rechazo”, están inmersos e impresos en “un tiempo de miedo arqueado sobre la superficie consciente. “Se trata de alcanzar la máscara transparente para que el torturador no advierta ese anhelo de existencia. Pero los amantes que inventa -o transcribe- Luisa Valenzuela en sus relatos, benévolos o subyugados, terminan mostrando todo lo que tienen y de allí el desgarro que se implementa como despedida en las distintas historias. En medio de estallidos de bombas y disparos, sólo el espejo plantea un intervalo, un espacio para el desconocimiento. Es entonces que la narradora que transita estos cuentos, a veces expuesta en bastardillas, otras camuflada en voces ajenas, pone al descubierto lo que no se ve y lo que no se dice para hallar lo que realmente transcurre.