Este libro inolvidable pone en acto el gran desafío del arte: hacernos desde la memoria, crecer con la conciencia, y aventurarnos a ser dueños de la belleza.
Alejandra Slutzky, con su novela, construyendo desde su subjetividad, logra, a través de sus recuerdos que van de lo siniestro a lo maravilloso, poner en pie una auténtica epopeya familiar que nos hace sentir parte del mundo, en lo que el mundo tiene de humano y trascendente. Hay una historia familiar y hay una voz, un alma que narra esa historia con tanta pasión que nos incluye, con tanto dolor que nos hace temblar, y con tanta esperanza final que ilumina nuestros propios destinos, aun en tiempos donde pareciera que se pierde el sentido de la vida. El relato se inicia con la huida de sus bisabuelos de Bielorrusia, a principios del siglo XX; crece hasta su propio exilio, huyendo a la edad de 14 años, en pleno apogeo de la dictadura cívico-militar argentina en 1977, pasa por países y países, por dolores y dolores, por alegrías y alegrías, por amores y traiciones, por glorias y derrotas; se potencia como imagen de verdad terrible en la muerte de su padre y de su madre, y en el espanto sin fin de los desaparecidos: no poder honrar a los muertos con la despedida en una tumba. Todo es así en la oscuridad que nos oscurece, pero a la par, debemos insistir, siempre aparecerá la palabra justa, la imagen armoniosa, el decir melodioso y una poética que no excluye el horror, pero tampoco se deleita en él, porque el verdadero sentido de esta novela es celebrar la más gigantesca aventura humanística: construir lo humano