¿Cómo ocultar los defectos físicos en una sociedad que se rige por el culto a la belleza? ¿Cómo simular que gozamos de buena salud cuando el dolor nos paraliza? ¿Cómo reconciliarnos con un cuerpo que no nos responde? ¿Cómo explorar las posibilidades de la sensualidad y a la vez exiliarnos de la poca fe que nos proporciona un cuerpo que creemos deficiente? A todas estas preguntas responde Diana, la protagonista de El exilio del cuerpo a quien las cicatrices de varias cirugías en una de sus piernas le recuerdan el sufrimiento que la acompaña desde su niñez y se asemeja a los castigos de La colonia penitenciaria de Kafka o a las cadenas marcadas en los tobillos de Dostoievsky o al número tatuado en el antebrazo de Primo Levi. Las cicatrices son una profanación porque en determinado momento algo o alguien penetró nuestra epidermis, dermis e hipodermis y nos dejó una huella imborrable.