“Una de las principales razones que me mueven a hablarte es esta: cada vez soy más consciente de que se refieren a nosotras en relación a los hombres. La mirada pública te asocia siempre con tu hermano Augustus y tu amante, Auguste Rodin. A mí me ven a la luz de mi relación con Lucian Freud. No nos consideran artistas autónomas”.
Celia Paul siente una misteriosa conexión con la pintora galesa Gwen John, quizá porque percibe que sus vidas “han sido talladas con el mismo cincel”. Ambas tuvieron relaciones largas y apasionadas con artistas mayores y más reconocidos que ellas y John creaba en soledad, aislamiento y una suerte de ascetismo, las mismas condiciones en las que pinta y escribe Paul.
La tensión entre amar y ser amada o estar sola para poder crear, la complejidad de los vínculos con su madre y con su hijo, la desesperación por cuidar su espacio propio y la incertidumbre frente a lo que le depara el paso del tiempo son algunos de los temas a los que Paul se acerca con ecuanimidad y sutileza.
“¿Por qué a algunas artistas las aceptan sin reservas, simplemente por lo que son? ¿Qué tenemos nosotras, que nos mantiene atadas? Nuestro talento es absolutamente independiente de los hombres con los que estuvimos, no derivamos de ellos en ningún aspecto. ¿Seremos responsables de alguna manera, sin que sepamos bien por qué?”
Con un registro íntimo y una distancia admirable respecto a lo que se está narrando, la autora de Autorretrato ilumina los desafíos de aquellas vidas en las que el arte es lo más importante.