Para cumplirle a su Virgen del naranjel —lo ha salvado de la horca— Antonio huye con dos niñas famélicas. En la selva, tan viva como un animal hecho de muchos, comienza una carta a su tía, priora del convento del que escapó siendo novicia. Arriero, tendero, soldado, grumete y paje, ha empuñado la espada y hundido la daga. Ahora debe cuidar de una manada y de Michi y Mitãkuña, que lo interrumpen una y otra vez con sus preguntas difíciles. La autora encuentra en Catalina de Erauso, la legendaria Monja Alférez, quien narre la cruel destrucción de América y le permita avanzar contra los géneros. Donde la avaricia colonial destruye, esta novela monumental funda una nueva gramática amorosa en la que el cine de Miyazaki, los rezos en latín, las canciones en vasco y las palabras del guaraní rompen la métrica del Siglo de Oro.