“Lo único que quiero como regalo es una ingenuidad gigante, terca, o fina como una caña de bambú si es preciso, de la que pueda agarrarme bien fuerte. Como un koala”, dice un yo que se autoidentifica como Marina y que a partir de ahí se va afirmando en una voz que se abre a la experiencia del mundo, de las cosas y los afectos personales. La ingenuidad es la condición de posibilidad para ver que el conocimiento se produzca en una suerte de fenomenología privada y doméstica. Entonces, el cuerpo y la mente de ese yo que atraviesa todo el libro se entregan a desplazamientos físicos por medios acuáticos y aéreos, desplazamientos temporales, desplazamientos conceptuales por la materialidad de la palabra, y cada vez se encuentran ante un episodio de aprendizaje que involucra todas las dimensiones del sujeto: intelectuales, emotivas, sensoriales, imaginativas. De texto en texto, el lector asiste fascinado al espectáculo de una subjetividad que no se inscribe en una escritura de género (si tal cosa existe) sino en un género de escritura enteramente propio, que es poesía y novela familiar, que borra los límites entre lo real y lo maravilloso, que es prosa y música a la vez.