Pino Chica, hija de inmigrantes en Venezuela, vive como extranjera en el país que nació. Sus padres le corrigen constantemente el habla, la pronunciación y la alimentación para no perder aquello que dejaron y para que su hija sea una de ellos, aún en ultramar. Jordi, hijo de catalanes arraigados en Venezuela, vive una situación similar. Se somete a un estricto régimen alimenticio para controlar su discurso. Ambos personajes se rebelan ante esa realidad binaria y regresan a Europa para descubrirse. El camino para solucionar ese problema es parte de la historia. Douglis es venezolana, racial, humilde y lista y juega un papel fundamental para que la trama se suelte.
Mezclada en esas dos realidades, la que fue y la que es, está la realidad virtual, ese país sin fronteras en el que los personajes son las palabras que escriben. Aparecen los blogs, lo que en ellos se escribe, entradas y comentarios, como la palabra visible que flota en la superficie. Las conversaciones en correos electrónicos como la palabra invisible, subacuática. Personas de la realidad inmediata, personajes y personalidades virtuales se encuentran en este universo de doble naturaleza, en el que dejamos de llamarnos para tener nicks, en el que nuestros rostros son avatares, en el que las direcciones postales son urls.
Lacan escribía que es necesario que la cosa desaparezca para ser representada. Hormigas en la lengua intenta recuperar lo perdido a través de la palabra: la infancia perdida, la comida perdida, el habla perdida, la lengua perdida… (una de las lenguas perdidas que se recuperan: el ladino). No es una novela gastronómica aunque aborda el universo alimentario desde una perspectiva diferente a la que se ha trabajado hasta el momento, muy alejada de la ensoñación, de la idealizació