Hay cierta narrativa que sacude por su contundencia dramática, por sus juegos retóricos, por la transformación irremediable a la que son expuestos sus personajes. Hay otra que se sostiene casi plenamente en lo que un autor prodigioso es capaz de hacer con la palabra. Este tipo de narrativa ofrece al lector la posibilidad de zambullirse en texturas infinitas desde el lenguaje, preciosas como pequeños tesoros escondidos en las profundidades del mar. El sostén lógico de estas texturas son las imágenes. Angst —que pertenece gloriosamente al segundo grupo— es un libro plagado de imágenes sensibles y sofisticadas que resultan de la mirada singularísima de su autora, habilidosa en la costura de metáforas y asociaciones estéticas de una originalidad poco frecuente. Cuando la literatura nos concede el privilegio de estar frente a estos hallazgos, la experiencia de la lectura se transforma en pura emoción; nos vemos vulnerables frente a piezas extrañas y valiosas que tocamos con las yemas de los dedos solo para comprobar que son reales. Bellas y reales. Adriana Riva tiene el talento para convertir casi cualquier cosa en poesía. Buena poesía, esa que no empalaga ni satura ni agobia ni festeja con artificios. Esa que solo acaricia, aunque a veces la caricia sangre y deje cicatriz. Y esto, creo, es lo que distingue a este libro de cuentos de tantos otros: que sus historias van más allá de la experiencia dramática; la propuesta es elevarlos a través de la estética de una prosa fina y sedosa que permanecerá en la sensibilidad y en la memoria del lector como una luminosa obra de arte. Margarita García Robayo