Escribir cada tarde a la misma hora es volver a viajar, también desmontar del caballo y volverlo a ensillar. No, no quiero ver el hilo de la trama de esta historia. Probablemente la rueca esté en algún lado de mi cerebro o en la pulsación de los músculos de mis manos, en mis dedos que empuñan las manijas de la máquina de jugar, del flipper en un bar del Barrio Latino o en una cantina de Barcelona. Barcelona está detrás de la cortina como una adivinadora frente a su bola de cristal en un hotelito de las Ramblas. Quizá Lina lo sepa. Lina, la cabaretera o la guerrillera de Guadalupe. Qué más da. Ella seguirá viviendo su secreto igual que los personajes misteriosos que la rodean. Quién sabe. Gángsters, truhanes, miembros de un ejército clandestino. Increíble ver a Lina viajando hacia los barrios húmedos y amenazadores del Barrio Chino, volver de pronto a París, partir de nuevo, riendo como siempre y sola, sola en su cuartito de Mandel. Es tan bello imaginarla protagonista de un acto subversivo.