Los fantasmas que deambulan por las páginas de este libro son como piezas de un rompecabezas que sólo la memoria puede armar. Memoria individual, familiar y colectiva inextricablemente tejidas, en un vaivén que prueba que la identidad no es cosa cerrada ni fija sino que está hecha de los cruces entre lo personal, lo político, la Historia, las historias. Abuelos, padres e hijos intercambian fechas, cuerpos y ropajes con naturalidad, como si la magia fuera cosa de todos los días; desconocidos se encuentran en los márgenes para compartir recuerdos, heridas, amores y tristezas. Lo que es de uno es de todos, y viceversa.
La escritura de Nona Fernández es como una caminata sobre campo minado. Las pisadas y las frases son cortas, leves pero decididas. Bajo los pies, un rizoma conecta las historias, las personas y las geografías, en una lógica opaca pero implacable. El lector no saldrá indemne del recorrido: aquí y allá le esperan explosiones impredecibles que excavarán el suelo donde quiera que haya algo que extraer. Y en cada una de esas caídas, estos relatos nos devuelven aliviados a la superficie, como quien logra salir de un pozo escarbando, para tomar aire y mirar el cielo, eso que empieza ahí nomás, donde la cabeza se asoma al ras de tierra. Estamos vivos, sí, pero muy cerquita de nuestros muertos.