Parte 1
En mi última visita a la Ciudad de México, me encontré en una librería de viejo un ejemplar de la edición privada de Muñecos de niebla de María Lombardo. El libro es raro. Primero porque se trata de una edición privada con un tiraje de 1000 ejemplares y una portada bellísima diseñada por el hijo de la autora, Alejandro Caso. En este caso, el libro nunca se vendió en librerías sino que los ejemplares fueron obsequiados por la propia autora a diversos amigos, escritores y demás personajes de la cultura mexicana, como la edición que yo tengo que está dedicada a Rafael y Margarita Loera y Chávez, fundadores de la editorial Cultura. Segundo, el libro inaugura la carrera literaria de María Lombardo, quién para ese entonces ya había hecho uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de México de la mano de su esposo—la Tumba número 7 de Monte Albán. Y tercero, este libro de cuentos se pública un par de meses después que Pedro Páramo.
Al igual que Juan Rulfo, Lombardo solo publicó tres libros: Muñecos de niebla (1955), Una luz en la otra orilla (1959) y La culebra tapó el río (1962). Cabe mencionar que Juan Rulfo y María Lombardo probablemente se conocieron y leyeron mutuamente. Coinciden en muchas cosas: desde tener un trabajo que los lleva a recorrer la república —Rulfo como agente viajero y Lombardo como arqueóloga— hasta sus intereses literarios. Ambos escriben sobre regiones estancadas en el tiempo, capturando atmósferas que llevan un ritmo diferente al de la modernidad. También dibujan personajes fantasmales, se interesan por la oralidad y el regionalismo. Son amigos de los grandes: de los llamados siete sabios mexicanos y de escritores como Juan José Arreola y Agustín Yánez. Pero Rulfo es Rulfo y de María Lombardo se habla poco.
Esta escritora nace en Teziutlán, Puebla y se especula si fue en 1899 o en 1905. En el prólogo a sus obras completas, Luis Mario Schneider menciona que nació en 1900 pero que “por coqueta decía haber nacido unos años más tarde”. Criada como una “señorita porfiriana”—mujer burguesa a la que se le prepara exclusivamente para ser esposa y madre (Ramos Escandón 152)— el destino de Lombardo sería el de una mujer apegada a la tradición y moral mexicana que además, al ser de provincia, el peso de estás tradiciones era aún más grande Pero también sería el de una de las pocas mujeres de su generación que desde temprana edad tendría acceso a un ambiente intelectual sólido y a lo largo de su vida, permanecería cercana a los personajes notables que, en aquella época, buscaban resolver los problemas nacionales por medio de la institucionalización de la cultura. Hermana de Vicente Lombardo Toledano, cuñada de Pedro Henríquez Ureña y esposa de Alfonso Caso —dos de ellos miembros de los siete sabios— su vida siempre estuvo rodeada de intelectuales, excavaciones, cátedras y libros. Llama la atención que, a pesar de este ambiente intelectual, María Lombardo no parece relacionarse con las grandes mujeres de su época. A diferencia de otras escritoras como María Luisa Ocampo, Asunción Izquierdo Albiñana, Catalina D’Erzell o Nellie Campobello, Lombardo no publicó en revistas, ni perteneció al Ateneo mexicano de mujeres ni estuvo involucrada en ningún tipo de iniciativa impulsada por mujeres preocupadas por la igualdad, el derecho al voto y la condición femenina. Es una escritora tardía que escribió al margen estando justo en el centro de la cultura mexicana.
En una entrevista con Elena Poniatowska—quien, por cierto, señala que el tema favorito de María Lombardo es Alfonso Caso—la escritora explica lo siguiente:
Cuando los hijos se casaron y se fueron—esto no es el nombre de una película; Es [sic] simplemente un hecho—y ya sin preocupaciones de hijos pequeños y de hijos grandes, pude dedicar sin remordimientos, el tiempo que nos queda libre a las pobrecitas amas de casa, a darme el gusto de poner en papel todo lo que se me ocurría […] En realidad, Elenita, lo más importante que he hecho: es nuestra vida, la de Alfonso y mía. (en García Gutiérrez 7)
Además de la independencia de los hijos, para mediados de la década de los cincuenta, la vida institucional de Caso ya había terminado así que Lombardo podía dedicarse plenamente a escribir. Si Julia Guzmán (escritora poblana de la misma generación de Lombardo) apuesta por el divorcio y la literatura, Lombardo nunca se hace de un cuarto propio y solo se anima a escribir después de cumplir con sus “deberes” de ama de casa. Dice la autora: “Alfonso, por las tardes se queda en la casa. Se dedica a sus investigaciones y a sus estudios. Yo me siento frente a él para no estar haciendo nada, me pongo a escribir” (en García Gutiérrez 11). Tan solo nueve años después de haber comenzado a escribir, muere el 30 de junio de 1964 y deja una novela inconclusa titulada La cosa viva más vieja.
Ya sé que una de las tareas principales del lector es evitar las comparaciones biográficas entre personajes y autores, pero hay algo de Lombardo en su propia escritura que invita a la comparación. Si bien noto que el mundo narrado en Una luz en la otra orilla es muy diferente del contexto en el que me imagino a la escritora: hay bandidos que matan y roban, mujeres atrapadas en matrimonios forzados y un pueblo en el que nunca pasa nada. Pero la protagonista Remedios pasa casi toda la novela —que es su vida— sin hablar. Tras presenciar el asesinato de su hijo a manos del mejor amigo del esposo (quienes son los criminales que el pueblo teme), Remedios decide dejar de moverse y se vuelve muda porque teme que si habla también será asesinada. Pero pronto, el mutismo y la parálisis autoimpuesta se vuelven un mecanismo de defensa que va más allá del miedo a los criminales, convirtiéndose en la única forma en la que puede ser dueña de sí misma. Sin embargo, al final de la novela, Remedios rompe momentáneamente su mutismo para convencer a su nieta Inés de que huya con el amor de su vida —un muchacho pobre— y no acepte casarse forzosamente con su padrino (quien es el asesino del hijo de Remedios). No dejo de pensar que al igual que Remedios, Lombardo también rompe con su silencio ‘autoimpuesto’ para denunciar la violencia doméstica que viven las mujeres de la sierra norte de Puebla.
Volvamos a Juan Rulfo. El escritor leyó, reseñó y homenajeó tanto Una luz en la otra orilla como Muñecos de niebla. De la novela dice que “Sus personajes están encuadrados en un medio hostil donde el desamor, la frustración y la injusticia, son la médula que los hace girar alrededor de la vía hasta agotarse” (16). Los personajes a los que Rulfo se refiere son mujeres y es el agotamiento ante la violencia patriarcal lo que produce un cambio que alumbra un futuro distinto. Si Susana San Juan representa el potencial de vida negado por Pedro Páramo y los murmullos recuentan su historia desde la tumba, Remedios se niega a volverse un espectro que atormente bajo tierra a futuras generaciones.
Pero a Lombardo también le gustaban los fantasmas y las neblinas. Muñecos de niebla es un libro extraño que al igual que la neblina, recude la visibilidad y enturbia el panorama literario de la época. Como ya mencioné, fue publicado el mismo año que Pedro Páramo y sus personajes aluden al mundo fantasmagórico de Rulfo pero sin llegar a tocarlo. El propio Rulfo dice: “la niebla entra por las puertas abiertas; opaca las miradas y humedece con su aliento un mundo antes vivo y brillante. Es entonces cuando la gente busca refugio en los acontecimientos, contando y recontando cosas de aquí y de allá, tal vez acaecidos en Teteles, en Altotonga o en Tlatlauqui, al fin y al cabo las imágenes como la neblina no tienen límite ni distancia. Los personajes de Muñecos de niebla dejan entrever que han sido construidos en esa atmósfera en la cual la gente se congrega para espantar, salpicando de comentarios risueños y a veces satíricos, las figuras fantasmales que deja traslucir la niebla” (ver María Lombardo de Caso). ¿Qué nos dicen estos espectros sobre Rulfo y Lombardo? ¿Qué hacen los muñecos en la niebla? ¿Hablan desde la tumba?...
(Continua...)