A mí me gustan las artes manuales. Las aprendí de mi abuela quien me enseñó a coser, a bordar y a tejer, supongo porque eran actividades esperadas en una niña, especialmente una que nació en los sesentas y que fue criada en una familia de mujeres. De todas las manualidades que ella hacía, la que me parecía más fascinante era la filigrana. La laboriosidad en tejer cada uno de los nudos que se unen al siguiente y al siguiente y así hasta ir formando una colección que crece con una paciencia insólita, me era fascinante. Lo mejor era ver que una vez completada la pieza parecía una obra de arte, un entramado minucioso y detallado, un todo en total armonía, ningún hilo suelto.
Cuando leo a la escritora argentina Claudia Piñeiro, tengo ese sentimiento de estar frente a un tejido tan fino que parece una filigrana. Historias que se construyen poco a poco, que se van ampliando de escena en escena, con nuevos referentes, con más detalles, con meticulosas descripciones del ambiente, de los personajes, sus personalidades y sus reacciones ante las situaciones y las circunstancias que les toca vivir. Y es que en sus libros tanto de novela como de cuento todo es vital para que entendamos cuáles son las relaciones de poder, las tensiones, el ambiente emocional en el que se mueven todos. Pues una vez que Piñeiro nos ha puesto ahí, después de que ha elaborado todo alrededor, nos regresa al punto inicial de donde ha partido y es entonces que todo adquiere sentido.
Otro ejemplo de ese tejido tan fino con el que escribe es la forma cómo va creando el suspenso. Los libros de Piñeiro inician con un abismo en donde nos deja parados a la orilla del precipicio. Leemos en ella abismos como estos: “Cada hombre, cada mujer, carga con su propia maldición” (Las maldiciones), “Para aquel entonces hacía más de un mes que Ernesto no me hacía el amor” (Tuya), “Abrí la heladera y me quedé así, descansando con la mano apoyada en la manija, frente a esa luz fría que iluminaba los estantes, con la mente en blanco y la mirada inútil” (Las viudas de los jueves), “Ahora conocía realmente, dijo, a la que mientras vivió a su lado había querido sin lugar a dudas, pero nunca conocido” (Elena sabe). “No creo en Dios desde hace treinta años” (Catedrales).
Así ya desde el inicio el lector parte de un lugar incómodo, el de la incertidumbre, porque las cosas no se dicen como son, sino que las palabras les van dando forma para que sean. Son ellas las que a cuenta gotas van armando la escenografía en el gran escenario que sus que son sus novelas o sus cuentos, dejándonos cautivados y atados a sus libros hasta terminarlos.
Pero la magia no acaba ahí. Una vez que los libros se han cerrado, los recuerdos y las imágenes regresan una y otra vez. Cómo no pensar en el personaje de Una suerte pequeña, en el ostracismo que sufre una mujer, en esas reuniones de madres mientras los niños están en el colegio, o en lo que significa realmente amar con un amor inmenso a un hijo. Es imposible no recrear continuamente en la mente la escena de dos amigas en la banca de una iglesia, para que una pronto sufra amnesia y la otra simplemente desfallezca. O qué tal subirse a un taxi y recordar cómo lo haría una mujer con parkinson y ser testigos de un cuerpo que ya no obedece. Es tambien pensar en esos monólogos que Inés en Tuya, pronombre posesivo que termina siendo el nombre de la protagonista, tiene mientras sabemos que va a asesinar a otra mujer. O el diálogo entre dos hermanas, Carmen y Lía, en una librería en el camino de Santiago, después de años de no haberse visto. Cómo olvidar a dos mujeres que deciden desaparecer y dejar a la familia y el pasado atrás, siempre preguntándonos que hubiéramos hecho en su lugar. Pues si algo es definitivo en la obra de Piñeiro es que el hubiera no existe y que cada uno debe cargar con su propia historia.
Ahora que Claudia Piñeiro publicó su primera obra de no ficción, un libro de ensayos que habla de ella, de su vida, un libro íntimo y familiar, un libro sobre su relación con la escritura y con el mundo de la literatura, es otra manera de ver qué es lo que está detrás de una larga carrera en la literatura y el guionismo. Escribir un silencio nos llevará por otro hilo que vamos a disfrutar también.
Hablemos Escritoras cumple 500 episodios al aire, una larga jornada que nos ha traído un gran aprendizaje y la dicha de poder acercarnos a tantas escritoras, críticas, traductoras y editoras. También nos ha llevado a madrinas como Hinde Pomeraniec quien nos ha ayudado a tender tantos puentes. Gracias a ella tuve el privilegio de sentarme frente a Claudia Piñeiro, para decirle lo mucho que admiro su obra hecha como una preciosa filigrana.
Con ella celebramos el tejido que también el equipo de Hablemos, escritoras, nudo a nudo quiere tejer.
No pierdan la oportunidad de escuchar la conversación que tengo con ella y de leer sus libros para darse un gran banquete.
Buen provecho.