Hablemos, escritoras. Switch to our version in English

LAM 7 "La enfermedad, el cuerpo enfermo y sus representaciones en la literatura".

Episodio 555 LAM / Literatura alrededor de la mesa

09/26/2024 · Adriana Pacheco

Guadalupe Nettel dice que el problema del cuerpo enfermo es la mirada y la falta de ojos que la miren"

APR. “Una bestia de sangre recorre el laberinto de su cuerpo”. Dice uno de los poemas del libro Herida luz, de la escritora mexicana Carmen Villoro, este libro que habla de una niña que está muy enferma y por lo tanto, vive en un hospital, es tan pequeña que navega en una cama demasiado grande. Otra sangre recorre otro espacio, esto es un ojo. Y es lo que leemos en Sangre en el ojo de la escritora chilena, Lina Meruane. Ella la ve navegar en su ojo desde dentro y los otros la ven desde fuera. Bienvenidos a un episodio más de Hablemos, escritoras en su séptima emisión de “LAM, Literatura alrededor de la mesa”, un espacio que invita a críticas y estudiosas a hablar de temas relevantes en los tiempos actuales. En esta ocasión tenemos además el gusto de darle la bienvenida a una nueva integrante de esta mesa, la escritora y crítica colombiana María Paz Guerrero.

MP: Mi nombre es María Paz Guerrero y estoy respondiendo a estas preguntas desde mi ejercicio de escritura, poesía, también desde mi práctica e investigación, tengo un Doctorado en Teoría de la literatura de la Universidad de Zaragoza y soy profesora de Creación literaria de la Universidad Central de Bogotá.

AP: Nos alegra mucho que haya aceptado esta invitación y enriquecerá mucho la conversación que tenemos cada 3 meses en estos episodios maravillosos de LAM. Hoy recibimos también a Lorena Amaro, Mónica Velásquez, Martha Bátiz, Gabriela Polit y Victoria Guerrero. El tema que nos ocupa es un tema enorme y es fundamental esa revisión que están haciendo estas voces críticas. Se trata de la enfermedad representada en la literatura. Los invitamos a que se pongan cómodos y disfruten esta verdadera cátedra con tantos ejemplos, con tantos nombres, con tantas ideas, que verdaderamente es una lección para no perderse. Yo soy Adriana Pacheco y como siempre estoy feliz de recibirlos en este espacio, comenzamos.

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Hablar de enfermedades es hablar de muchas cosas, el lenguaje es lo que logra traducir lo que se siente, lo que el otro no puede ver y, por supuesto, tampoco sentir.
Mónica Velásquez dice que es entonces el lenguaje el que se enfrenta al desafío de hablar de la enfermedad.

MV: Creo que los desafíos son básicamente de lenguaje. Cuando nos enfermamos solo podemos describir las intensidades, los modos de dolor que tenemos por medio de metáforas. El lenguaje de la enfermedad es literario, podríamos decir de algún modo. Cuando trabajamos en la representación de cuerpos enfermos debemos añadir algo como una segunda capa del lenguaje, tal vez escritoras como Guadalupe Nettel o Lina Meruane trabajan justamente en sacar a la enfermedad de su circulación metafórica, devolverla lo más posible a su condición literal y material. La otra opción es la que ha trabajado mucho en varias de sus novelas, la escritura chilena Diamela Eltit, quien más bien opta por extremar la metáfora y hacer del cuerpo enfermo toda la sociedad chilena y del sistema médico todos los poderes del estado, por ejemplo, la novela Impuesto a la carne.

AP: El lenguaje representa así la enfermedad desde muchas maneras. Cómo olvidar cómo Gabriel García Márquez, por ejemplo, llama al amor una enfermedad, dice en su obra periodística “Textos costeños”, el amor es una enfermedad del hígado, tan contagiosa como el suicidio, que es una de sus complicaciones mortales. Sin embargo, ambas han sido convenientemente dignificadas, elevadas a una categoría sentimental. ¿Acaso por la imposibilidad de la ciencia para reelaborar una terapéutica apropiada? Pero poniendo de lado esta visión romántica o romantizada de la enfermedad, pensemos, por ejemplo, en las muchas preguntas que desata el tema, muchas que se ha de plantear el escritor en el momento de sentarse frente a una hoja en blanco para hablar de él, Lorena Amaro sugiere algunas de ellas.

LA: Supongo que los mismos problemas que se enfrentan cuando se desea narrar cualquier otro tema con una perspectiva literaria. La enfermedad es un motor de discriminación y coloca a quienes la sufren en un lugar de incomprensión y desconcierto, que son dos posibilidades, que explora la escritura, el capacitismo de nuestras sociedades, el imperativo neoliberal busca de los cuerpos funcionamiento afectivo, su acople a la lógica del dinero y la producción. En este sentido, la escritura es una herramienta para hacer preguntas sobre cómo la enfermedad produce miradas alternativas del mundo, con eso trabaja no solo Guadalupe Nettel, sino también Verónica Gerber, Mansfield, y otras autoras que, por ejemplo, han pensado lo que ocurre cuando el ojo funciona de un modo alternativo, al borde de la ceguera o al ojo miope, vagabundo, errante. ¿Cómo son los deberes, esas autobiografías oculares pueden orientarnos por los terrenos de los estéticos? ¿Cómo traducir lo que se ve a lo que se escribe con la mano para que luego otro lo vea? ¿Cuántas operaciones y extorsiones se dan en la base de toda comunicación humana, no solo aquellas que se consideran anómalas y por ello son suprimidas, marcadas como minoritarias? Un libro muy interesante que aborda ese cuerpo, es por ejemplo, el de la ensayista e investigadora española Marta Pascua Canelo, El ojo torcido: la mirada disidente del feminismo queer, donde aborda este tema también desde feminismo, con un tratamiento consistente que ya lleva varios años de análisis de un cuerpo literario en que la cuestión de la mirada es fundamental.

AP: La misma Guadalupe Nettel cuando ha hablado de su libro La hija única, habla de esta mirada y de cómo la escritora se tiene que acercar a un tema que no es suyo. Toma también en ese comentario que hace para Hablemos, escritoras otro aspecto importante de la enfermedad: la discapacidad.

GN: Creo que se aceptó, fue porque para ella era muy importante que se visibilizara este tipo de problemáticas que siguen muy ocultas porque la gente no quiere enfrentarse ¿no? Le tiene miedo al dolor, le tiene miedo a la diferencia, la diversidad cognitiva, etcétera. Entonces es casi un tema tabú, fíjate, los editores decían: “es que no puedes decir que se trata de eso porque la gente no lo va a querer leer”. Entonces pues un poco enfrentarme también a esta resistencia que tiene la sociedad respecto al tema de la discapacidad.

AP: En eso que dice la escritora mexicana Guadalupe Nettel es muy relevante con lo que comenta Victoria Guerrero acerca del problema de la mirada.

VG: Pienso que lo importante es lograr un equilibrio entre la mirada de sí mismo y las lecturas que otros han hecho sobre la enfermedad. Es, en mi opinión, la manera de encontrar relaciones, nudos y tejidos con otros cuerpos tocados por la enfermedad sin caer en una mera lamentación, sino más bien lograr ese juego sutil entre mirarse, mirar, pero también ser mirado por el médico y la ciencia, que impone una terminología, la familia, que se angustia por el sufrimiento o por el dinero. Por supuesto, no siempre es fácil, más aún cuando la escritora posee el cuerpo enfermo y quiere hablar sobre el mismo.

AP: Y es aquí en donde también entramos en otro aspecto muy distinto cuando es la propia escritora la que sufre la enfermedad. Las dos escritoras que está citando Gabriela Polit son grandes ejemplos de la escritura de la enfermedad desde dentro de ella.

GP: Cuando Susan Sontag escribe Illness As Metaphor en el 78, ella misma era una paciente de cáncer, sufría cáncer de mama y eso es lo que le llevó a elaborar este ensayo en el que se da cuenta el lugar que ocupa la enfermedad, el cáncer, la lepra, el sida en nuestras sociedades. En uno de los últimos números del New Yorker se publicó una pieza de Annie Ernaux, en el que la francesa escribe de su propia experiencia con el cáncer de seno a principios de este siglo, y el texto es súper opuesto al de Sontag, creo que es mucho lo que ha cambiado la medicina y mucho cambiado nuestra percepción respecto a esta dolencia. Ernaux habla de una manera descarnada de su dolencia y de la fe que tiene durante los meses de quimio. Y cuando digo “descarnada”, quiero decir sin compasión y sin autocompasión, lo hace con todo lo que implica vivir ese momento en el que la vida le demandó, combatir esta terrible enfermedad, vivir pegada a un catéter, mostrar su pecho hinchado a su amante, etcétera. En un momento dice, las traducciones son mías: “No tenía, sino que vivir esta historia con “M” (su amante), perder el tiempo, una gran vacación de la vida, “The Great Cancer Vacation” dice. No es una alabanza al cáncer, confiesa que contó a muy poca gente que padecía cáncer porque no quería convertirse ante los ojos de nadie, en otra persona. No quería compasión, pero admite también que por los meses que duró el tratamiento, su cuerpo fue escenario de operaciones violentas. Son sus palabras. La violencia no es solo física, y eso lo sabemos por Sontag, en algún momento él no escribe que su amante le confesó nunca haber estado con una mujer tan feminista, lo que la sorprende porque en su mente no existe otro tipo de mujer. Pero nosotros sabemos que no todas las mujeres vivirían un cáncer de seno, como lo hizo ella con esa dolorosa naturalidad. Y me recuerda al personaje de Clara de la película Aquarius, del brasileño Kleber Mendonça Filho, ella que es Sonia Braga es una mujer valiente que los 60 y pico busca un amante y éste la deja algo espantado cuando ve en su pecho, la marca de la mastectomía. Creo que no existe enfermedad sin una mirada, el cuerpo que sufre una dolencia siempre será interpretado de alguna manera, de acuerdo al momento histórico, a la sociedad y también dependiendo de quién la padezca. El mismo paciente es quien mira a través de la sociedad, su propio cuerpo. El libro de Sontag y el texto de Ernaux surgen de las mismas experiencias, las dos autoras tienen cáncer de seno, algo muy significativo para una mujer entre la edad entre 50 y 40 años, que es cuando ellas la tuvieron.

AP: Es bien sabida a la investigación que se tiene que hacer antes de la escritura. Cuando un escritor se enfrenta a un tema que no conoce del todo y necesita documentar de lo que está hablando, se enfrenta a otro reto en el momento de escribir. Escuchemos a Martha Bátiz sobre esto.

MB: Me parece que el escritor, al abordar este tema, se enfrenta más que a un problema, a muchos retos. Primero, para escribir sobre una enfermedad hay que conocerla, hacer investigación, informarse, porque de otra forma el retrato que se haga no será verosímil y eso siempre afectará negativamente un texto narrativo. El siguiente reto es abordar la enfermedad o el cuerpo enfermo desde una mirada que no replique los vicios más profundos de la sociedad, que son de morbo, la discriminación, el rechazo o la lástima. Y creo que otro reto es también que en la actualidad hay mucha gente que piensa que uno solo debe escribir de lo que conoce, lo que vive, lo que es. Por lo tanto, si no se tiene la enfermedad o una discapacidad, se carece del “derecho” entre comillas a escribir sobre ello. Todos estos son elementos problemáticos que el escritor o escritora debe torear al tocar estos temas al fin de contar la historia que quiere contar y no arder en la hoguera de linchamiento público que con tanto gusto se organiza en redes sociales últimamente.

AP: ¿Qué es lo que sucede cuando la escritora se posiciona frente a un cuerpo no nada más enfermo, no nada más doloso, sino un cuerpo agónico? Muy relevante lo que nos dice María Paz Guerrero frente a esta mirada donde el escritor se radicaliza en las palabras para poder llegar a esa representación.

MP: Frente al cuerpo agónico ¿qué puede mi cuerpo al lado del que se está yendo después de acompañar a alguien en este trance, en ese paso rigor muestra, solo podía ir al lenguaje radicalizarme en las palabras? ¿Qué tensión la lengua como un segundo pulmón que fuera capaz de atrapar la apnea y al mismo tiempo? ¿cómo podían esas cáscaras, las palabras sin el camino de quien respira para desaparecer? La respuesta, se daba en el lugar donde la lengua es un sonido, la sílaba que rodea una sucesión que quiere capturar el estertor. Antes de ver la agonía, en una línea cronológica, estaba el cuerpo en su proceso de debilidad, la enfermedad. Entonces cualquier poema, el que fuera, cuando todo poema era una gata ciega dándose totazos, estaba unido, indisociable al cuerpo que moría cada día palmo a palmo, porque precisamente moría, es decir, se demoraba en irse y por esa misma vía vivía en una plenitud como un ocaso. No había poemas sin cuerpo enfermo. La poesía era captar la vida y la vida era acompañar un cuerpo a irse. La vida se imponía amplia en su terror y la poesía respondía, la escritura es un gesto, una mueca o resoplido ante la muerte.

AP: Es decir, el escritor es testigo de lo que está sufriendo el otro y de alguna manera lo trasluce y lo transmite en sus palabras. Viene en este momento a colación el libro Elena sabe, de la escritora argentina Claudia Piñeiro, ahora traducido por Frances Riddle con la editorial Charco Press como Elena Knows y que además fue finalista del Booker Prize. En este libro ella tiene una experiencia propia que informa directamente su escritura. Escuchemos lo que nos dice en la entrevista que le hacemos para Hablemos, escritoras.

CP: Pero vos me decías, bueno, el dolor y atravesarlo justamente, y después que fui finalista del del Booker Prize con esa novela y que se tradujo a otros idiomas y que la leyeron en otras partes. Un día en Twitter, un psiquiatra inglés recomienda la novela para ver el cómo está tratado el tema del Parkinson en la novela. Entonces yo le agradezco y él me pone, dice, “¿cómo hiciste el research?” la investigación para ver cómo es. “Porque está descrito exactamente un tipo de Parkinson que es muy poco común, dice un solo en un 5% de los casos el Parkinson es como vos lo describís en esa novela y es muy específico. ¿Cómo hiciste la investigación?”  Y yo le contesté, hice lo de investigación, pero la realidad es que mi mamá tenía esa enfermedad, mi mamá tenía esa enfermedad, yo cuidaba a mi mamá y mi mamá murió teniendo esa enfermedad al muy poco tiempo después, entonces, él me contestó algo así como “Bueno, la investigación más dolorosa y la más precisa”.

AP: En ese momento es importante hablar acerca también de lo que es una enfermedad, un padecimiento y una condición. Recuerdo este libro escrito por Gabriela Polit, Los libros de otros, en donde la protagonista Beatriz es renca, porque a los 9 años de edad le da polio. Gabriela Polit precisamente nos comenta sobre estas finezas y estas distinciones que es importante resaltar.

GP: Creo que hay que hacer una distinción entre, y es una distinción muy importante, entre el cuerpo enfermo y el cuerpo que padece una condición. Poner la marca de una condición en un personaje a mí personalmente me parece una estrategia narrativa que ayuda a construir su subjetividad. Es un lugar muy evidente desde el cual este o esta se relaciona con el mundo. La renguera, la vejez, la ceguera, la sordera son condiciones. La enfermedad, por el contrario, es algo que pasa. La condición es algo que no tiene fin. Claro, hay zonas grises, esta distinción no siempre puede ser tan tajante y clara. El trauma, por ejemplo, puede o no puede encontrar una resolución.

AP: Lorena Amaro lo recalca desde otras escritoras que también han abordado el tema ampliamente.

LA: No conozco el libro de Piñeiro pero hay muchos textos que hoy están pensando enfermedades como el Parkinson, el Alzheimer, el espectro autista. Creo que se ven muchos casos, una combinación interesante por la que las y los lectores hoy manifiestan curiosidad y es el cruce de la escritura con el discurso científico y los alcances del saber contemporáneo. La neurología es un ámbito fascinante porque sabemos poco del cerebro, de la conciencia, de lo que ocupa después de la muerte cerebral. La cuestión, como se puede ver más allá de la religión, porque la escritura nos permite pensar de una manera menos evidente, incluso la relación entre enfermedad y economía, algo en lo que me parece que Fernanda Trías, por citar un nombre, explora de modo muy interesante no solo sus niveles, sino también sus cuentos. El tema de la edad es relevante también y he leido varios relatos en el último tiempo sobre los padres enfermos, sobre cómo se sobrelleva ese momento marcaba, ya sea por el cáncer, por el Alzheimer u otras enfermedades que van mermando lentamente la personalidad, el humor y también las relaciones entre las personas que son desahuciadas o que están enfermas y sus familiares. El relato de la enfermedad se transforma entonces en una indagación perceptual científica, sino en una energía, una manifestación de duelo o una forma de resistir precisamente a la desaparición. También se está escribiendo literatura en que la enfermedad afecta, por el contrario, a los niños, ya sea de la primera persona, infante o de la perspectiva adulta, buscando generar recorridos y lecturas en pues, de sentido para el sinsentido. En cuestión de género, es algo que también traza otras cuadrículas, temas con el VIH, el embarazo de riesgo, por ejemplo, han tenido sus propios recorridos en la literatura. Por ejemplo, el VIH ocasiona el libro de Lina Meruane sobre la enfermedad, viajes virales con una serie de inflexión sobre la experiencia cero positiva en la literatura latinoamericana.

AP: Sin lugar a duda, hay algo en el entrecruce entre género y enfermedad, entre la representación también, o la manera en que la gente ve a las mujeres en relación con la enfermedad misma, tanto como cuidadoras como ellas mismas sujetos enfermos. Escuchemos a Victoria Guerrero.

VG: De hecho, las mujeres han sido vistas por mucho tiempo como sujetos sufrientes o sujetos para el cuidado de los otros, de allí que muchas veces no se le diera la atención debida o que ella misma sacrificara su propio dolor para entregarse a los suyos. A mí me parece interesante que en esta novela, Elena sabe, el sujeto se muestre vulnerable, es el gesto de los cuerpos que han pasado por la vida. Es ridículo pensar en un cuerpo entero sin desgastes en la vejez.

AP: Es claro que el tema de la vejez ha sido uno muy importante dentro de la literatura. ¿Cómo olvidar que Simone de Beauvoir escribió un libro de más de 600 páginas sobre el tema? Este libro no es un ensayo, sino una suma teológica, el compendio de todo lo que se cree se pudo haber dicho sobre la vejez. Sin embargo, la vejez se relaciona de tantas maneras con la enfermedad o viceversa, cayendo a veces en un lugar común que muchos escritores han tratado de cuestionar. Veamos qué nos dice sobre esto Gabriela Polit.

GP: La vejez, sin embargo, no es una enfermedad, como sí lo es el Parkinson, aunque no tenga una cura, los tratamientos van cambiando y van mejorando. Para hablar de Elena sabe, creo que la vejez es una condición que debemos aceptar con mayor humildad, por un lado, y con mayor empatía por otro. Nuestra cultura capitalista es cruel con las personas de la tercera edad y la cultura hedonista, que pone tanto énfasis en la juventud y la belleza, sobre todo de la mujer, no ayuda a alcanzar ni esa humildad ni esa empatía. A su personaja añosa, Piñero, la hace además sufrir una enfermedad complicada y dura que es el Parkinson. Literariamente hablando, le sirve para construir el lugar desde donde Elena se relaciona con su entorno, la manera errática, repetitiva, dogmática, en la que ella hace el viaje en transporte público, lo que evidencia más su condición vulnerable para visitar a una mujer de su pasado. Este recorrido de la vieja con Parkinson ayuda a entender también una relación enfermiza con la religión. Lo encuentro brillante y creo que es el lenguaje de Elena, que Piñeiro lo trabaja muy bien lo que define a esta como una gran novela.

AP: Martha Bátiz nos regresa al tema de la relación entre género y enfermedad.

MB: Es una realidad que con la edad el cuerpo en general empieza a tener fallos en su funcionamiento. Por lo tanto, si la liga entre enfermedad y envejecimiento es evidente en la vida real, por qué no habría de hacerlo en la literatura. Creo que el problema verdadero es la liga, que se hace entre género y enfermedad para denostar o ignorar aún más a las mujeres, porque si ahora le pasan por encima, por decirlo de alguna manera cuando es joven y fuerte, pues cuando es anciana y está débil es mucho más fácil ser un cero a la izquierda en esta sociedad. Que a las mujeres nos ve como objetos sexuales, órganos de reproducción y cuidadoras, cuando ya no se puede hacer nada de esto ¿qué queda? Elena sabe, es en ese sentido, una obra puntual que muestra los problemas que tenemos las mujeres para hacernos huir una vez que hemos llegado a una cierta edad. Y, por supuesto, la dificultad se triplica al estar presas de un cuerpo enfermo que se percibe a la vez como un cuerpo que traiciona y por lo tanto es un cuerpo en el que no se puede confiar.

AP: Y hablando de esta visión de la sociedad sobre el cuerpo enfermo, como lo tuvimos ampliamente con este hecho tan trágico y largo que sufrimos con la pandemia, es interesante ver cómo María Paz Guerrero regresa al tema de los cuerpos enfermos, el cuerpo descontextualizado de la persona, visto como algo que no funciona.

MP: Tengo un interés por lo que hay justo antes de la desaparición. Insistir en ese lugar implica entonces explorar los cuerpos que están desbordados, extasiados de muerte. Ahora bien, los cuerpos de los enfermos en el neoliberalismo ya no sirven, se parecen a la basura. En ese espacio se aloja entonces todo el inservible, toda la gama de cuerpos improductivos. Así los viejos y de hecho, las viejas decrépitas, van acumulando, se van volviendo cuerpos que exponen altivos en los sistemas de transportes, en las filas de los bancos, en los supermercados, todo lo que nos sirve, lo evidente, de entrada, el viejo que vuelve lentos los procesos, que estorba los afanados. Pero si a eso le agregamos que es un cuerpo enfermo, entonces carga el sistema de salud, carga los vivos que tienen que cuidarlo. Pero si a eso le agregamos el género, es decir, que este cuerpo sea el de una mujer, entonces esto adquiere una textura nueva. Partimos de la idea generalizada que la mujer vieja es inservible, pero sí además está enferma entonces no existe, es invisible. Y sin embargo, todavía es un cuerpo, pero ya despojado de su forma femenina llevado por la vía de la enfermedad a convertirse en un “no lugar”. Entonces, en ese no lugar de la mujer enferma y vieja, aparece un límite que afirma una vida que todavía existe, un cuerpo femenino que todavía está y que en ese estar expone su potencia, es decir, lo que está por venir, la muerte que se anuncia con un estallido en la presencia que expone a su vez existencia de lo vivo y del ciclo de lo vivo. Todas las formas de lo menor para alcanzar los resquicios donde se afirma voraz la vida hasta en su huida hacia la muerte, que es la manera más intensa de exponerse: la vida.

AP: Regresando a una mención que ya había hecho Lorena Amaro acerca también de los niños como enfermos, escuchemos a Mónica Velásquez la manera en la que también entra en este tema, en donde, por supuesto, niños y jóvenes enfermos son importantes en la literatura.

MV: Con frecuencia, cuando pensamos un cuerpo enfermo lo pensamos también viejo, o al revés, cuando pensamos un cuerpo viejo, solemos pensarlo enfermo. Pensamos probablemente más en mujeres cuidadoras que enfermas, que pueden que sean hábitos culturales. En cambio, solemos atribuir a la niñez cierta plenitud aunque autoras como Silvina Ocampo hayan esperado también niñas y niños crueles o mentalmente inestables. Por su parte, la religión muchas veces ha impregnado de connotaciones como castigo o prueba a algunos males físicos y mentales y específicos. Me parece un ejemplo emblemático para pensar este tema el libro, medio biográfico, medio ensayístico, de Gisela Galimi, Una palabra tuya servirá para sanarnos de 2022, sobre la lepra que sufrió entre la pubertad y la juventud. Sus padres nunca le dijeron el nombre del mal para evitar las connotaciones penalizadoras provenientes de la Biblia y que ellos pensaron serían tomadas en cuenta por sus vecinos. En este caso, el cuerpo de una niña adolescente encarna una enfermedad que se cree de otros tiempos, es asociada al mal y a la punición desde connotaciones religiosas. Por todo ello, es una escritura desafiante para repensar estos cruces.

AP: El comentario de Mónica Velásquez me hace pensar en la manera cómo se refieren, por ejemplo, a la menstruación, como “está enferma”. El hecho de verse como una enfermedad la menstruación, habla precisamente de sus estigmas, que bíblicamente, tradicionalmente se han impuesto. Lo mismo que sucede, por ejemplo, en culturas musulmanas en donde podemos ver este ostracismo que sufren muchas niñas o mujeres jóvenes cuando están menstruando. Martha Bátiz habla un poco más acerca de esta experiencia de como niña, ella misma, haberse acercado por primera vez a la enfermedad. Nos cuenta de dos libros que definitivamente llenaron imaginación de muchos niños lectores.

MB: Es que, por ejemplo, para mí como lectora, mi primer acercamiento a un personaje literario con una enfermedad o con una discapacidad física fue precisamente Heidi, tanto en su forma de libro que leí muchas veces como caricatura, la caricatura que se ve en la televisión en México y el personaje de Clara, Clara Sesemann que estaba invadida y andaba en silla de ruedas. Entonces esa fue la primera vez que yo vi un personaje como este. Y después, por supuesto, tenemos en Mujercitas, el personaje de Beth que muere, no de fiebre escarlatina. Y yo recuerdo el miedo que a mí me dio cuando de niña me dio fiebre escarlatina, porque pensé que me iba a morir, igual que murió Beth, porque había leído la novela. Entonces, creo que el tema que estamos tratando este mes de la enfermedad es súper importante porque a pesar de que, creo que yo, por ejemplo, cuando era niña y consumía Heidi y Mujercitas, y eran mis libros favoritos de la infancia y siguen siendo libros importantes en mi formación, no, no comprendía la dimensión que tomaba, la importancia que tomaba mostrar a estos personajes así, ¿no? en su vulnerabilidad e integrarlas a la existencia de los otros personajes que sí tenían una vida, digamos, más normal, ¿no? Y bueno, ver el hueco que quedaba en la familia de Mujercitas después de la muerte de Beth, creo que también eso me enseñó, me enseñó a mí cosas que ahora de adulta estoy entendiendo mejor, pero que ciertamente sembraron una semilla cuando era niña, entonces creo que también sería importante. Y después con otros textos, El jorobado de Notre Dame, y así, para normalizar, para entender, para romper con esta idea de que tenemos que ser perfectos, y los personajes literarios tienen que ser perfectos y que tenemos que sentirnos muy avergonzados cuando algo nuestro cuerpo falla.

AP: En relación con esa personal confidencia que nos está haciendo Martha Bátiz, pienso en escritoras como Paulina Jara, a quien recientemente entreviste. que ella misma escribe libros infantiles, libros para niños y para jóvenes, en donde parte en muchos momentos de su escritura, de su propia visión sobre lo que es la enfermedad, no nada más física, sino también mental. Otras escritoras que me gustaría mencionar serían Lily Rafferty, que escribe sobre Asperger y Gabriela Quintana, quien escribe sobre el Síndrome de Down. Sin lugar a dudas, cuando hablamos de crítica literaria sobre enfermedad y literatura, uno de los nombres que más sale en este repertorio es el de Susan Sontag, que ya ha sido mencionado. Ahora, Mónica Velásquez nos aporta nombres nuevos y regresaremos después nuevamente con Susan Sontag.

MV: Mencionaré a algunas, algunos o algunes autores. A nivel teórico, los análisis de los fármaco-porno, para las maneras en que la química y la farmacéutica marcan nuestros cuerpos, alistados por Beatriz Preciado, me parecen imprescindibles. También Paula Sibilia y sus reflexiones tanto sobre un cuerpo post-orgánico tecnificado, como a un cuerpo intervenido por la ciencia médica. A nivel crítico, me parece un enorme aporte el análisis de Ana Boccuti, sobre el cuento “El hombre de la pierna”, de Giovanna Rivero. En él lee la infertilidad como una enfermedad muy propia del siglo XXI. También destacaría los múltiples análisis de Ana Rosa Domenela alrededor de la posibilidad de elaborar la vejez, desde narraciones del deterioro hasta las raciones del erotismo y que apuestan por una nueva vitalidad. Entre las escritoras me parece que ha habido un giro, para no ver solo al cuerpo enfermo, sino también a sus cuidadoras. Fernanda Trías lo hace en Mugre rosa y Claudia Peña lo pone en la escena en el magnífico cuento que se llama “La ciencia médica” en el libro, Antes, en cualquier parte del año pasado, en el que una hija no soporta ni ver ni hacerse cargo del cuerpo dañado de su madre.

AP: Otros nombres fundamentales para esa conversación los cita aquí Victoria Guerrero.

VG: Si uno revisa la bibliografía sobre la enfermedad, de hecho, en el centro está la reflexión de Susan Sontag sobre el cáncer que ella misma padeció, pero lo llamativo es que no hace mención a sí misma en su ensayo La enfermedad y sus metáforas. Hay un distanciamiento en ese sentido muy propio del siglo XX, es verdad. También hay que notar que la enfermedad no ha sido un tema para las latinoamericanas. Las escritoras han obviado por mucho tiempo estos temas, mientras que en la literatura escrita en inglés hay muchas autoras que han reflexionado en la misma línea de Sontag, puedo señalar a Kathy Acker, a Virginia Woolf, a Audre Lorde, a la poeta Anne Boyer. En Latinoamérica, las escritoras recién empiezan a enfrentarse a la enfermedad en el texto, ya no sólo como cuidadoras, sino con claras referencias autobiográficas, como es el caso de la escritora peruana y académica Margarita Saona, quien en su ensayo De monstruos y cyborgs reflexiona sobre su trasplante de corazón, y como el Yo, se impugna. ¿Se es sí mismo, luego de recibir un corazón de otro?

AP: Ampliando un poco más el comentario de Victoria, me gustaría aquí citar lo que nos dijo la escritora peruana que ella menciona Margarita Saona en la entrevista que le hicimos para Hablemos escritoras, en donde habla de su experiencia desde dentro de la enfermedad.

MS: Sí, empecé a escribir estos poemas después de una primera operación que tuve a fines del año 2015. Y era como una manera de verbalizar cosas que a veces no podía expresar de otra manera, ¿no? Y volvemos a los silencios, porque era, bueno, como digo, estas cosas, como planteó estas preguntas de cosas que a veces ni queremos pronunciar. Hay tanto estigma sobre la enfermedad y la muerte. Que no eran cosas, que mis miedos más grandes no se los podía, pues comentar la gente que me quiere. Y así fue como de pronto, frases que me resonaron en la cabeza, bueno, se convirtieron en poemas.

AP: Margarita hace precisamente lo que María Paz Guerrero dice: una lengua de la enfermedad.

MP: Se me ocurre pensar en escritoras que vengo estudiando y que puedo leer como poetas que no se refieren directamente a la enfermedad y que producen más bien una lengua de la enfermedad. Me interesa hablar, por ejemplo, de la obra a la cubana Legna Rodríguez Iglesias, cuya escritura tiende a lo residual, pero que también se ocupa cuerpos deseantes, hambrientos, en una apertura escatológica que brincan, se dinamizan, se reorganizan, se repiten en frases permutables. Todo esto es para mí una escritura que propone una lengua enferma en la medida en que hay en esos cuerpos que saltan incesantes un estar de la lengua en descomposición. Otro ejemplo de esto lo puedo ver en la escritura de Mónica Ojeda, y más precisamente en Historia de la leche, hay acá una poética de la crueldad que propone potenciar la vida por la vida de la muerte. Esto a su vez moviliza, es decir, pretende ser una cura de todo lo que enferma un cuerpo, tanto a nivel físico como a nivel interior. Se trata de limpiar la enfermedad implantada por el linaje familiar gracias a una práctica ritual de corte, sangre y sacrificio. Finalmente hablaría Del sueño de toda célula de Maricela Guerrero como un libro que trata los procesos de enfermedad por los que pasa la naturaleza en la actualidad. En este poemario hay una búsqueda de una lengua que permite nombrar desequilibrios y los peligros de muerte que atraviesa la Tierra, la investigación que desarrolla en torno a los métodos de violencia contra la permanencia de la naturaleza lleva a la poeta a mostrar en qué medida la enfermedad de la Tierra implica la de los seres humanos también. En Colombia, algunas de las escritoras que han trabajado la enfermedad en su obra son Fátima Vélez en su novela Galápagos y María Gómez Lara con su poemario El lugar de las palabras.

AP: La escritora argentina largamente asentada en Nueva York y fallecida hace un par de años, Silvia Molloy es también otra voz fundamental en esta conversación sobre la crítica de la literatura y la enfermedad.

LA: No sé si son las que la aborden de manera más compleja, pero sí sé que son algunas que lo han abordado de manera que me seducen, que me interesan. Silvia Molloy tiene un libro maravilloso sobre el Alzheimer, Desarticulaciones, en que la narradora se va despidiendo un breve fragmento de una amiga enferma con la memoria de ella se va también una lengua compartida, una forma de experiencia secreta que les pertenecía a las dos. Me pareció un libro conmovedor, maravillosa, inteligentemente escrito. Otro tanto pasa con los poemas de Tamara Kamenszain en El eco de mi madre. Samantha Schweblin hace un recorrido muy distinto en el cuento “La respiración cavernaria”, también ha sido publicado como novela gráfica, en que la enfermedad de la protagonista es algo que tiene que ir descubriendo el lector o lectora, una forma sofisticada entra en el tema. De ahí viene el título en particular forma de escribir sobre cuerpos enfermos porque no se presentan como tales, forman parte del universo en que los límites entre los saludables y los enfermos no están tan claros y eso permite escribir la abyección de otra manera. Por eso es tan interesante la experiencia de leerlas, por ese escurrimiento, esa forma incluso de colocar la distorsión en el propio lenguaje, algo que viene trabajando Diamela Eltit desde sus primeros textos y que sea todavía más evidente en trabajos como El padre mío o la colaboración con Paz Errázuriz, El infarto del alma. Antes mencionaba también a Fernanda Trías, que creó un niño enfermo, escalofriante ¿no? es muy hermoso proponiéndonos escenas muy insólitas del maternaje en un mundo apocalíptico distópico donde la enfermedad se respira en el aire. Desde luego que la enfermedad es un tema recurrente también en Meruane, en Sangre en el ojo y en Sistema nervioso. Alguien que ha estado trabajando desde la crítica a este tema hace ya varios años, es Andrea Kottow, quien publicó hace poco en ensayos Fronteras de lo real, donde se cuestionan aspectos normativos del discurso médico, la forma en que se ha construido y ha establecido ¿verdad? de la ciencia y también el pensamiento contemporáneo comienzan a desmantelar.

AP: Martha Bátiz nos da la pauta para seguir la conversación en nuestro siguiente punto, qué es la enfermedad mental. La retórica habla también de una relación entre la enfermedad mental y el vicio, pensando en que de alguna manera una y otra se relacionan. Todo esto prueba cómo los sistemas normativos y muchas veces deshumanizados están obviando procesos sociales, crisis, conflictos que están sucediendo en la sociedad. Son los escritores los que entran en las cuatro paredes de las casas para ver realmente qué es lo que acoge, qué es lo que sucede, de un mundo en continuo estrés, materialismo y una gran ansiedad.

MB: La escritora canadiense Amanda Leduc, quien tiene parálisis cerebral y ha escrito varios libros donde aborda precisamente la discapacidad de la enfermedad, dice en su libro Disfigured: On Fairy Tales, Disability, and Making Space que el retrato a cuerpos enfermos y su asociación con ciertos vicios tales como la maldad o la perversión, nos viene de los cuentos de hadas, donde las brujas se muestran precisamente así, ancianas y frágiles, enfermas, con el fin de engañar mejor a sus víctimas, como la bruja de Hansel y Gretel, que cojea y no puede ver bien. Leduc también subraya esta liga que ha establecido la literatura entre el aspecto físico del personaje y su relación con su interior. Por ejemplo, en “La bella y la bestia”, la bestia se ha convertido en un ser horripilante, porque cuando era un ser humano, era un ser humano cuyos sentimientos eran horripilantes, es decir, feo por fuera, equivale a feo por dentro. Y esto sin duda es un estereotipo que ha dañado a mucha gente que tiene deformidades físicas o incluso gente que es de tez morena u oscura, ya que desde tiempos del Barroco el caballo rubio y la piel blanca se asociaban con virtud de belleza, mientras que el cabello oscuro, la piel tostada se consideraban poco confiables y de ahí que tantos villanos sean físicamente ese otro que no luce como la mayoría considerada entre comillas, “normal y bella”. Pensemos en personajes icónicos como Heathcliff de Cumbres borrascosas o el protagonista del Fantasma de la ópera, no, por ejemplo, por hablar de personajes que son muy conocidos. Esa otredad se exacerba cuando está afincada en la enfermedad y la indefensa y el rechazo son mucho mayores cuando se trata de un cuerpo femenino, el que está enfermo y decrepito.

AP: Claro, están que las enfermedades mentales y la locura no son temas nuevos de la literatura. Escuchemos a Victoria Guerrero hablar sobre esto.

VG: En la literatura siempre ha habido sujetos que padecían enfermedades mentales. Personajes famosos como el Rey Liar o la Opa en la novela Los ríos profundos de Arguedas, pero se les ha romantizado o estigmatizado bajo el calificativo de “locos”. A las mujeres les tocó peor, sin duda han sido las “histéricas” o las “melancólicas”, siempre al borde. Porque el peligro de salirse de la norma las tildaba de locas, eran puestas en manicomios por sus esposos o se suicidaban como la Ofelia de Hamlet. Estos sujetos fueron recluidos en prisiones o en habitaciones oscuras porque eran considerados una vergüenza social. En el siglo XX ha habido un número alto de escritores suicidas, como Silvia Plath, por ejemplo, quien expone su depresión en su novela La campana de cristal y en algunos de sus poemas. La escritora argentina Alejandra Pizarnik, también la poeta peruana María Emilia Cornejo, entre otras. También el escritor José María Arguedas, quien en sus diarios incluidos en su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo, expone su padecimiento mental. Actualmente, la literatura comienza a proponer otra sensibilidad sobre estas enfermedades muy propias del mundo contemporáneo y sus demandas, que han exacerbado la ansiedad, el estrés y los ataques de pánico entre los más jóvenes.

AP: La primera novela de Cristina Rivera Garza, Nadie me verá llorar, 1997, está basada en su estudio doctoral sobre La Castañeda, el primer manicomio-asilo que hubo en la época del Porfiriato en México. En ese libro, en donde novela lo que ella aprendió en su investigación, habla de un fotógrafo que está yendo a esta gran casa a tomar fotografías a los locos. Muchas son las maneras en las que se ha representado la locura en la literatura. Lorena Amaro viene a platicarnos sobre esto.

LA: Como decía antes, el discurso médico normativo discriminador, la enfermedad mental en particular produjo verdaderas cárceles y procedimientos de impensable crueldad. Uno de los ensayos de crítica literaria más importante de la segunda ola del feminismo The Madwoman in the Attic de Sandra Gilbert y Susan Gubar del año 79. Todo su título, lo que ocurre en una novela, de Charlotte Brontë, Jane Eyre. Donde la esposa del señor Rochester, es una mujer extraña que está encerrada en el ático porque su propio esposo la esconde de la sociedad. El libro de Brontë no nos cuenta mucho la vida de esa mujer confinada y oculta. Sabemos que es caribeña, que está loca y que es una amenaza, una sombra, una fantasma varía y que amenaza la felicidad a los verdaderos protagonistas de la historia. Jean Rhys reescribió esa historia en 1966 en una novela titulada Ancho mar de los Sargazos, dándole una biografía a la loca Antoinette Cosway Mason. No se imagina ahí, lo que la sociedad inglesa del siglo XIX puede interpretar y castigar como locura. Es muy impresionante esa novela, cómo le ha vuelto el relato normalizador y colonialista y desde luego violento. La violencia contra el cuerpo, considerado enfermo, se puede dar incluso con gestos de ayuda paternalista. Se ejerce allí también una violencia ¿Cómo no van a ser violentas la discriminación, la marginación, la lástima? La denuncia científica no guarda el trato prejuicioso que reciben las personas discriminadas por razones de salud y la escritura tiene allí un extenso campo de exploración y pensamiento.

AP: Martha Bátiz nos lleva a otras escritoras icónicas.

MB: Las enfermedades mentales están presentes en la literatura desde siempre, en particular reflejadas como algo negativo y vergonzoso cuando la sufren los personajes femeninos. Por desgracia, no sólo hay un entrecruce con la violencia, que puede ser física, emocional, mental o presentarse a manera de encierro involuntario, sino que hay un entrecruce también con el sexismo. En Jane Eyre de Charlotte Brontë, por ejemplo, el personaje Bertha Mason la primera esposa de Edward Rochester está presa en el Ático porque entre comillas “está loca”, y aclaro que eso se terminó con el desdén que merece. Jean Rhys rescata a este personaje y lo desarrolla en su novela Wide Sargasso Sea, pero al final de cuentas el destino del personaje no cambia. La loca encerrada en la torre es casi casi un tropo literario que el gótico toma de la vida real, como tantos otros de sus horrores. En Bernarda Alba, en la madre de Bernarda, es quien está encerrada también por diferencia de lo que sucede con “otros locos”, entre comillas, en la literatura, en particular los bufones, en las obras de teatro, a los hombres se les permite estar libres, mientras que a las mujeres se les encierra Pensemos en Falstaff, Feste y el bufón del Rey Lear: dicen lo que quieren (es más, recitan verdades a distra y siniestra), pero como están locos o son los bufones, a nadie le importa lo que dicen. Pero si fuera una mujer hablando, ya la hubieran encerrado en la torre. Esta es para mí una diferencia crucial en el tratamiento de género que reciben los personajes literarios que refleja cómo se nos trata a nosotras en la vida real. Cuando una mujer pierde la razón a causa de un profundo dolor o una desilusión amorosa (pensemos en Medea, por ejemplo), se le considera una villana. Pero cuando un hombre lo hace y mata, como Otelo mató a Desdémona, se le considera un hombre apasionado, víctima de la fuerza de su amor, aunque la víctima sea la mujer. Esto es lo que ha permitido la violencia doméstica y los llamados crímenes pasionales qué siguen ocurriendo y las víctimas son mayormente las mujeres. No sé qué pueda haber más violento que esto, tanto en la ficción como en la vida.

AP: Un libro verdaderamente que viene a esta conversación es el de la escritora mexicana Daniela Tarazona, Isla partida, que habla sobre un trastorno que ella misma sufrió, en donde en el libro además agrega imágenes médicas de escáners y de estudios que se hacen en su cerebro. Es con esto de una manera mucho más incisiva de hablar sobre la intromisión normativa de la medicina en la enfermedad. Escuchemos este segmento de la reseña que hicimos en Hablemos, escritoras sobre este gran libro.

AP: En Tarazona no hay voces que se escuchen, en la mente hay solo silencio. Es en la falta de palabras donde se gesta la imposibilidad de traducir lo que se está viviendo, de cómo decir lo que sucede en los episodios de confusión mental y en donde se siente que cito, “Este mundo está alcanzando su final”. Las imágenes que acompañan el libro y las explicaciones médicas al calce dan cuenta de que la medicina, en su afán por entender y sanar, ha creado a lo largo de la historia de la humanidad un campo de estudio que interpreta lo que nos sucede mediante un lenguaje médico que disecciona, define y reduce la experiencia de un paciente.

AP: Imposible no hablar sobre las visiones freudianas, también sobre el psicoanálisis y otras teorías que han influido a tantos escritores y también a tantos críticos en la lectura y en la escritura sobre la enfermedad. Escuchemos este comentario de Gabriela Polit.

GP: Regreso a la distinción entre enfermedad y condición, la enfermedad de la que habla Sontag (o las enfermedades) en su análisis histórico de cómo han sido representadas y cómo representan lo abyecto, ahora tienen otras variantes. Una persona con un reto, como puede ser la ceguera o la falta del sentido del oído, que vive con una condición, creo que aprender a mirar a esta persona como una persona no enferma es algo que se nos plantea desde los CRIP studies. Surgen de los disability studies y convergen con los estudios cuir, porque en ambos casos se está hablando de situaciones de vida fuera de “la norma” o de “lo normal”. Cuando hablamos de una condición, nos adentramos en algunas corrientes neurocientíficas que abordan temas del trauma ya no como se habló desde el psicoanálisis, como un relato que nunca termina de ser coherente por efecto del mismo trauma y que sí, al articularse en la terapia frente a alguien, el talking cure del del que hablaba Freud, Kant. Al entrar en ese talking cure se daba el primer paso hacia la posible recuperación. Desde las corrientes contemporáneas de la neurociencia se afirma que el trauma, aunque pueda reconstruirse narrativamente, no se puede superar sino desde el cuerpo mismo. Es decir, se sabe que un evento traumático no solo se recuerda (en la memoria) sino que se reproduce (reenact) en el cuerpo. Si una persona que sufrió un accidente, o un abuso sexual, etc. Cuando se enfrenta a una situación parecida a ese momento traumático, reproduce en su cuerpo física y químicamente el estado que vivió.  The body keeps the score es un libro que yo recomiendo leer a todo el mundo. Aunque esa víctima del accidente pueda contarte lo que le sucedió, no puede recuperarse si no trabaja desde con su cuerpo a través de técnicas, estrategias para que el cuerpo no vuelva a reproducir ese trauma, la respiración, la meditación, el yoga. Es decir, el trabajo no es solamente racional, al cuerpo hay que enseñarle a que advierta señales distintas. Eso tiene que ver con un proceso de duelo que quizás no termina nunca, sino hasta que tú entrenas a tu cuerpo a vivir de otra manera. Freud hablaba en ese célebre ensayo del duelo y la melancolía como dos momentos de superación de una pérdida. El duelo es la superación, digamos, “concluida”, y el estado de melancolía sería una recuperación inconclusa, patológica. Desde los CRIP studies y esta alineado con los nuevos estudios neurocientíficos, podemos decir que una persona que queda con una condición después de un evento traumático no va a poder hacer un duelo concluyente, un accidente que te deje ciega, que te deje sorda o una persona que nunca es vista como normal y que la sociedad no la acepta, no puede tener un duelo que concluya. Vive en Estado melancólico, diría Freud, y eso sería patológico, sin embargo, desde las teorías contemporáneas se le diría, tiene que aprender a vivir con y en esa condición, y por lo tanto, hay una reinterpretación de la melancolía que es mucho más productiva que la freudiana. El cuerpo tiene un lugar principal, pero no un cuerpo patologizado, sino un cuerpo que tiene otros retos sociales a los que se tiene que adaptar, esto se puede aplicar a procesos de duelo colectivos. NO hay como sedar un duelo de una masacre, por ejemplo. Hay que aprender a vivir con ese dolor sin patologizarlo. En el caso de una sociedad es buscar la manera de que colectivamente entendamos la memoria como un acto que constantemente se haga presente. Estamos aprendiendo mucho de las nuevas teorías de la neurociencia y a mí me parece que leer ciertos estudios desde la crítica literaria, es como muy útil.

AP: Lo que acaba de decir Gabriela Polite es exactamente esta ayuda que la interseccionalidad le ha dado al estudio de la literatura y a la crítica literaria. Pensemos también un poco acerca de cuáles son los problemas que causan los enfermos, sino viendo también cuál es su impacto en su sociedad y en la gente que los rodea. Sobre esto, Mónica Velásquez nos menciona un par de libros.

MV: Hay trabajos muy importantes sobre enfermedades mentales y los grados de violencia que se ejercen sobre esos cuerpos, pero también los grados de violencia que esos cuerpos pueden causar en sus entornos. Menciono solo dos, la novela de Claudia Ulloa, Yo maté un perro en Rumanía, qué escenifica los tremendos bordes de la asedia y la lucha por lo vivo en un personaje con depresión y su entorno. Y la novela Isla partida de Daniela Tarazona, donde también se existe la enfermedad mental, en este caso de la madre, con todo y el miedo que da heredado el daño, pero también no ser capaz de comprender a quien lo padece.

AP: Regresemos a Gabriela Polit con otros dos acercamientos que ella tiene sobre el tema de la enfermedad mental.

GP: Tengo dos acercamientos a esta pregunta, el primero, tratemos de ver a la enfermedad mental como un tema colectivo, entonces si vemos a la violencia, no veamos solamente la violencia o no entendamos la violencia como el acto violento de una masacre o de un desastre natural. Sino como algo que está profundamente arraigado en una forma de organización de la sociedad. Creo que es imposible no notar que nuestras sociedades enfermas son sociedades violentas y viceversa. Cuando la vida humana, cada vida humana, deja de tener valor, parece apuntar a una realidad que no está bien y que parecería estar enferma. Pensemos, por ejemplo, en la novela de Claudia Salazar Jiménez, Sangre de la aurora, una novela ya de varios años que muestra la violencia de los grupos armados en Perú contra las mujeres como un asunto de una locura colectiva. Catedrales de Piñeiro, una novela no también lograda para mi gusto, como Elena sabe, pero puede mostrar lo mismo, no una locura, por una cerrazón religiosa, cuando la vida de un ser humano es menos importante que una creencia religiosa, política, militar, estamos hablando de algún tipo de locura colectiva. Esa sería una manera de acercarse a esta pregunta, pero la manera más tradicional ha sido retratar a las mujeres como enfermas mentales que nos porque no se ajustan al orden social. La locura es un tema central en la literatura, el libro clásico de Susan Gubar, The Madwoman in the Attic, pero voy a restringirme a hablar aquí de algunas novelas más cercanas a nosotros. Las obras de Beatriz Guido, por ejemplo, una escritora argentina no tan conocida que supo tratar estos temas en novelas, guiones que escribió para su esposo, Leopoldo Torres Nielsen. La casa del Ángel es una gran película. A esta autora yo entré de la mano de Jean Franco, que fue un gran descubrimiento, esa película es una especie de versión de Jane Eyre del Cono Sur. Pensemos de Inés Arredondo, en México, que apunta a la normalidad de sus personajes, pero en verdad sus obras no están o enfermas, que son las sociedades en las que les tocó vivir. Inés Arredondo es de Culiacán y cuando ella escribía el norte de México era un lugar muy conservador, todavía lo es, imagínense hace 50 o 60 años. La misma Elena Garro, la enfermedad mental ha estado históricamente ligada a la violencia, pero sobre todo a la violencia de género. Ahora, por ejemplo, la crónica de Alia Trabucco, Las homicidas es una buena muestra de cómo a las mujeres se les atribuye una locura para cometer sus crímenes. Y así se interpreta su acción y se la saca al hablar de locura, se la saca de una trama social, de una trama en donde los valores sociales están en conflicto con la subjetividad de estas mujeres. La locura parece ser una especie de paréntesis.

AP: Nombres ya conocidos y otros nuevos son los que nos traen María Paz Guerrero.

MP: Encuentro particularmente intensa la búsqueda Angélica Liddell, en cuya obra puedo ver un abordaje de la enfermedad mental, como en este ejemplo, su libro Ciclo de las resurrecciones. “Estuve pensando en cómo podía matarme porque otros podían hacerlo y yo no, porque ni siquiera valgo para eso”. He acá un diario atravesado de citas de poetas y de esa búsqueda mística que emprende Liddell, que tiene que ver con una idea que podría resumir así, entre más afirma su enfermedad, más ve a Dios, como lo podemos ver en otro de sus libros, Guerra interior, donde dice, “la enfermedad me purificará”. Interesa lo que la enunciación de la enfermedad le hace al lenguaje. Encuentro en Hija perra de Malú Urriola es un monologo desaforado, una manera de mirar de frente la violencia de la despersonalización. Dice Malú: “Cuando este cuerpo está renunciando sobreviene una leve insostenible mejoría, una mejoría que será arrasada por una nueva enfermedad. Este cuerpo me abandona constantemente, me está abandonando, se duerme cuando necesito pensar, se duerme”. Así pues, podemos ver que en el encuentro con múltiples cuerpos aparece la lengua como única compañía. Esta pregunta también me hace pensar en el poema “Maitines” de Louise Gluck  que propone cómo la enfermedad mental separa al individuo del mundo: “Dice Noah/ los depresivos odian la primavera, el desajuste / entre el mundo interior y el exterior”. Pues en estas poéticas que nombran la enfermedad mental, la aparición de una multiplicación interna que, sin embargo, separa al mundo la lengua, se convierte entonces en un espacio de experimentación que alcanza una intensidad viva.

AP: De manera incisiva, Lorena Amaro nos provoca que pensemos en otros temas que también están viniendo en esta época contemporánea, con la enfermedad, los cuerpos y la sociedad.

LA: Como ocurre con las representaciones de otros temas, estamos en tiempos de intenso tráfico de pornomiseria. Desde luego que en el mundo de la escritura puede haber relatos y simbolizaciones que espectacularizan la enfermedad para sacar provecho de un tema fácil de banalizar. Se pone en juego una dialéctica de sano/enfermo, yo/otro que excluye, y consolida, en vez de denunciarla, una idea de la “normalidad”. No todos los relatos sobre la enfermedad exploran, como aquello que he señalado por su interés estético y político, los recovecos, las formas, las experiencias asociadas al cuerpo, la lengua enfermas, desmitificándolas.

AP: Grandes críticos del dolor como espectáculo por supuesto está el libro Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag, pero también mucha de la obra de filósofos como Baudrillard. Escuchemos a Mónica Velásquez darnos un buen ejemplo de cómo la literatura ha abordado ese tema y como algunas de las escritoras con gran maestría, no los presentan.

MV: La novela romance de La negra rubia, de Gabriela Cabezón Cámara, me hizo caer casi un shock crítico-lector, hay que poner el cuerpo quemado de un personaje, de una personaje que luego es exhibido en una bienal de arte contemporáneo. La idea es tan fuerte, tan descolocadora justamente porque cuestiona nuestro ojo vidente, a veces morboso, a veces lucrativo, a veces impío con esa corporalidad fragilizada. Una obra, además, la mujer quemada no solo acepta su exhibición, sino que haya por ese medio a su nueva novia de quien obtiene una nueva cara por un trasplante y una condición económica más que beneficiosa. Todos esos planos nos enfrentan a repensar tanto el arte actual como los fetiches del mal ajeno, que pueden atraernos inconscientemente. ¿Como visibilizar la enfermedad sin exhibirla? ¿Cómo obtener los medios de cura o cuidado y cuánto se pacta con la ciencia médica y los benefactores bajo esa loable intención? Esas son algunas de las muchas interrogantes que nos deja al respecto esta escritura.

AP: Y es que no es solo el espectáculo, sino también la manera en que se ha comercializado la enfermedad del dolor, la deformidad. Escuchemos a Martha Bátiz, danos algunos ejemplos.

MB: Claro. Desde los tiempos en que la gente con deformidades encontraba un modus vivendi como acto circense, se ha creado esta idea de que la enfermedad, la diferencia, es atractiva como forma de entretenimiento, ya que satisface una curiosidad malsana –el morbo—de saber cómo puede vivirse así. El cuento “Freaks” de María Fernanda Ampuero es magistral al mostrar las consecuencias de esto. Ella misma ha abordado mucho los temas relacionados con las diferencias físicas y la manera en que la sociedad las consume como alimento al morbo para luego vomitarlas en forma de rechazo y discriminación. Nettel es mucho más sutil en su tratamiento, pero igual sabe poner el dedo en la llaga. La comercialización de la enfermedad es algo que se vive, me parece, muy en particular en los Estados Unidos, donde la mayoría de los anuncios publicitarios en la televisión son de medicinas –medicinas que además suelen ser carísimas y se promueven mostrando a gente sonriendo de oreja a oreja antes de enlistar una serie interminable de efectos secundarios. Vivimos en un momento de la historia en el que se comercia con todo: con la infertilidad, con la enfermedad, con el vacío espiritual, con la esperanza. La literatura, por supuesto, aborda estas problemáticas y es importante leer lo que sobre esto se escribe para entender mejor el mundo que estamos habitando, donde se clama por inclusión e igualdad al tiempo que se salvaguardan ciertos prejuicios en defensa de la “tradición”. Y nada más tradicional que esconder a quien está enfermo, no hablar de los males propios, ocultar las vulnerabilidades. 

AP: Ya llegando al final de este episodio, me gustaría retomar las últimas palabras que nos da Gabriela Polit sobre cómo se puede y se debe despatologizar el trauma y poner una nueva perspectiva ante estos temas.

GP: Estoy pensando en la propuesta de Ann Cvetcovitch, que dice que hay que despatologizar el trauma y verlo como un tema colectivo y entenderlo como un archivo de sentimientos. En este sentido, creo que puede iluminar su libro mucho para entender narrativas que hablan de situaciones que, aunque individuales, realmente representan situaciones colectivas. Cvetcovitch justamente está criticando, tanto el estigma que hubo como la glamourización que se hizo del SIDA en los 80, la difícil militancia que implicó combatir los prejuicios contra la enfermedad a la par que habla de les amigues, es que iba perdiendo cada día, se morían mucho, muchos. Y parece que lo interesante de esta pregunta es, en verdad cómo LA ENFERMEDAD se convierte en el eufemismo de otra cosa. En este sentido, creo que el argumento de Sontag sigue siendo muy vigente y tiene mucha fuerza, aunque las enfermedades de las que podamos hablar ahora serían no necesarias las mismas de las que hablaba Sontag.

AP: Muchos son los nombres, los libros, las escritoras, las críticas que se han mencionado el día de hoy en esta cápsula de LAM. Literatura alrededor de la mesa. Yo agradezco muchísimo la generosidad de todas estas críticas que han tomado de su valioso tiempo estas horas, para pensar las cinco preguntas que cada tres meses reciben. Aprovechemos estas reflexiones, estas referencias que nos llevan a pensar desde distintos lugares.

Ha sido un gusto enorme para mí y para todo nuestro equipo tenerlas una vez más a todas ellas. Me da muchísimo gusto ver el resultado que está teniendo LAM, que tuvimos recientemente una presentación en la magnífica feria de JALLA, en Santiago de Chile, coordinado por Macarena Areco, en donde pudimos ver con una sala llena el interés que están despertando nuestras cápsulas críticas para hablar de literatura, cultura y sociedad.

Yo soy Adriana Pacheco y una vez más muchísimas gracias a todos ustedes por habernos acompañado y gracias al gran equipo que está atrás de Hablemos, escritoras. Nos escuchamos en la próxima cápsula de LAM: literatura alrededor de la mesa y en todos nuestros podcasts cada semana.