El dicho dice que en Texas todo es grande. Y lo que sucedió en estos días en lo que podría recordarse como la "#granhelada", será una prueba más de esto, con el catastrófico número de cerca de 3 millones de casas y negocios sin energía eléctrica, a lo largo de una semana con temperaturas históricamente bajas entre 33oF y 23oF. Y mientras las autoridades debaten sobre quién fue el responsable de este apagón y se toman medidas para que esto no vuelva a ocurrir, es un hecho es que la naturaleza se está cobrando una factura que no está siendo nada barata.
Hablar de la naturaleza, de sus habitantes, del lugar del hombre frente a ella, y de cuando los elementos se enfadan, ha sido y será tema de la literatura. Desde la lectura aristotélica de ésta como una fuerza invisible, la Biblia como catálogo de catástrofes, la idea medieval de la división hombre-natura y del mundo en consciente e inconsciente, o como detonador de las pasiones humanas, se ha escrito sobre ella en todos los géneros literarios. Fue central en el romanticismo decimonónico como espacio de soledad, inspiración, y solaz, al estilo Ralph Waldo Emerson en Nature; como vehículo para la exaltación nacionalista de Andrés Bello en sus Silvas Americanas; o como ejemplo de la pequeñez del hombre ante su fuerza, como en la "novela de la selva latinoamericana" con La Vorágine (1924) de José Eustasio Rivera y su famoso cierre “la selva los devoró”.
En las letras de escritoras contemporáneas la naturaleza, lo que la habita, y nuestra relación con ella, también aparece como tema. La escritora argentina Gisela Heffes, por ejemplo, informada por su investigación en ecocrítica, habla en su poesía y ensayo sobre el gran impacto que estamos causando al mundo al hacer caso omiso de la ciencia y el calentamiento global. Gabriela Cabezón Cámara explora en la inmensidad de la pampa, los daños por acciones producto del discurso neoliberal de progreso. Mónica Lavín, quien forma parte de la generación del sismo de México en 1985, se refiere a esta catástrofe natural en su libro Todo sobre nosotras. La poeta Claudia Masín nos invita en su pasión por la geología y las rocas a repensar nuestro efímero paso por la tierra en la larga línea del tiempo. Otra poeta, Maricela Guerrero, nos lleva en su poesía a guacamayas, células, y peces. Isabel Zapata en su libro Una ballena es un país nos pregunta si “¿Son las ballenas víctimas del capitalismo?” aludiendo, junto con Gabriela Jauregui en La memoria de las cosas, a repensar nuestra relación con los animales, o qué pasaría si fueramos uno de ellos como en El animal sobre la piedra de Daniela Tarazona. Otras plumas recurren al paisaje para hablar sobre pérdida, soledad, y maternidad como lo hace Daniela Alcívar Bellolio en Siberia. Clara Obligado en su cuento “El azar”, de El libro de los viajes equivocados, utiliza un elemento natural, una caracola, para a través de ella asomarnos a la divina proporción, la idea de belleza renacentista, y las dimensiones del cuerpo.
Recuperar en una lectura más cercana textos de escritoras que se acercan al tema de la naturaleza desde distintas perspectivas, es reconocer la existencia de una tradición literaria, que lejos de una visión egocéntrica o idealizada, nos recuerdan la urgencia ética de tomar conciencia y la imperiosa necesidad de protegerla.
Un evento natural ha resignificado hoy el sentido del encierro, cuando las cuatro paredes que nos habían protegido durante casi 12 meses de una pandemia, ahora se han vuelto húmedas, heladas, hostiles e inhóspitas. De una u otra forma, la madre naturaleza nos ha recordado que nuestra falta de conciencia podría ser una factura nada barata que pagar.