Hace un par de días mi hermana me pasó un video de TikTok en el que una niña pequeñita le pregunta a su padre qué significa ser hombre. El padre interrumpe su sesión de videojuegos y le contesta que ser hombre significa tomar las decisiones de la casa porque ser hombre implica decidir cómo y cuándo. Sin pestañar, la niña riposta que cuando sea mayor quiere ser un hombre como su mamá. El chiste se basa en la confusión derivada de la realidad de los roles de género ante el discurso asociado a los sexos y sus supuestas características innatas. La niña, en tanto hija, desafía la expectativa social implícita del padre con respecto a su futuro.
Ese chistecillo, aunado a que el pasado fin de semana se celebró en la mayoría de los países latinoamericanos el día de la madre, cristalizó una pregunta que ya desde hace varias semanas me ronda. En gran medida por la lectura y el eco de los cuentos y novelas de Keila Vall, Abril Posas, Ana Negri, Liliana Colanzi, Abril Castillo y Cecilia Eudave, me pregunto qué significa para mí ser hija y en qué medida hacerme esa pregunta enriquece mi experiencia y mi introspección sobre qué significa ser mujer.
Por una parte, mucho se ha escrito sobre maternidades y para muestra el fuertísimo ensayo de Lina Meruane Contra los hijos, un ensayo provocador y llenito de verdades. Se ha debatido abundantemente también sobre el derecho a decidir de una mujer. Lo tengo claro y por ahí no va encaminada la pregunta que me planteo. Me refiero específicamente a cómo las mujeres pensamos y vivimos nuestra condición de hijas y, en ese sentido, nuestra relación con nuestros progenitores e inclusive con hermanas y hermanos.
El Día de la Madre no es la fecha más propicia para enarbolar esta reflexión porque, para empezar, no todas las hijas son madres. Yo no lo soy. Además, la celebración desafortunadamente perdió en el camino su raíz contestataria. Como explica la escritora mexicana Jazmina Barrera en su columna “El Día de la Madres nació como una protesta” del pasado 08 de mayo, esa fecha nació como iniciativa de protesta contra la Guerra de Secesión por parte de madres hartas de ver a sus hijos partir hacia la muerte. El Día de la Mujer, creado en honor de las trabajadoras que murieron en el incendio de una fábrica textil de 1911, tampoco es la mejor fecha. Se asocia más bien con luchas políticas y reivindicaciones sociales. La fecha ideal sería un Día de la Hija y, para mi sorpresa, ya existe. Nació en la India como iniciativa para celebrar a las hijas y paliar el estigma de ser una carga para la familia. Sin embargo, a diferencia de las otras dos fechas, no ha ganado la misma tracción que las otras dos celebraciones.
¿Qué se ganaría con impulsar el Día de la Hija? “Mujer” tiene la complicada tarea de referirse a sexo y también género, por lo que diferenciar esas dos categorías no es tarea fácil y justamente por eso resulta tan manipulable pretender que son equivalentes cuando no lo son. Pero hija, no. Hija implica que esa persona se identifica como tal y, en principio, su padre y madre, ven en esa persona a su hija. Ahora bien, como siempre, toda identificación implica una camisa de fuerza, límites y contornos que ansían ser definidos; de ahí la importancia de que estas celebraciones de la madre, la mujer y la hija permanezcan abiertas a la crítica y fértiles para la discusión.
Sin ánimos de encasillarnos más, me parece que el Día de la Hija podría convertirse en una oportunidad para que nosotras, las hijas adultas, pensemos en nuestras propias historias de vida. Eso es lo que hacen las protagonistas de las autoras latinoamericanas que mencioné al inicio. Unas lo hacen porque han perdido a sus madres; otras porque la ausencia o el exceso de expectativas las ha moldeado para bien y para mal; algunas porque quisieran ser hijas y otras porque quisieran dejar de serlo. Todas, a su manera, reflexionan sobre quiénes son, cómo han llegado hasta donde sea que están. La pregunta sobre qué significa ser hijas atraviesa su búsqueda de una manera mucho más concreta, profunda e íntima que la pregunta quizás más abstracta sobre su condición de mujer.
Pensar en quiénes somos en tanto hijas es un punto de partida para reflexionar sobre cómo nos moldean y moldeamos esos hilos invisibles del parentesco. Hacerlo tal vez nos ofrezca una plataforma más personal para desmadejar esos patrones sociales que la niña del chiste deconstruye tan apropiadamente.