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El extrañamiento como subversión de los géneros. La primera vez que vi un fantasma de Solange Rodríguez Pappe..

Episodio 241 Reseñas

06/28/2021 · Gaëlle Le Calvez

Había que volver a lo elemental, a atrapar a las presas y devorarlas."

La primera vez que vi un fantasma es un libro de relatos de la autora y académica ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, 1976). Rodríguez Pappe forma parte de una generación sólida de escritoras de literatura fantástica nacidas en los setenta entre las que destacan María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976), Daniela Tarazona (México, 1975), Samanta Schweblin (Argentina, 1976), Mariana Enríquez (Argentina, 1973), Claudia Ulloa (Perú, 1971).  Su obra se nutre de la literatura fantástica europea y de la latinoamericana y está particularmente influida por la autoras Ana María Shua, Alejandra Pizarnik, y Luisa Valenzuela. Apuesta por “la literatura como un acto alquímico”,  por lo mismo los mundos y atmósferas que representa responden a la lógica de la imaginación, los sueños, las pesadillas y la magia. Sus protagonistas femeninas tienen resonancias con las vampiras amorosas de Théophile Gautier, con la estética y el carácter subversivo de La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik y con los desdoblamientos temporales de Aura de Carlos Fuentes. El amor, lo extraño, la comida, son los temas que se van entrelazando en este libro —tan sorprendente– donde la gula y el amor se confunden.

Podemos leer la obra de Rodríguez Pappe desde la perspectiva de lo “fantástico posmoderno”, que de acuerdo con el teórico Lauro Zavala  retoma el sentido de sorpresa clásico en un contexto donde predomina lo híbrido. Rodríguez Pappe se enfoca en la disolución de las fronteras. El eje de los textos y su inclinación hacia lo fantástico marcan o deforman los espacios físicos y los cuerpos. La memoria se inscribe como fantasma, como huella o cicatriz en alguna parte del cuerpo que crece desproporcionadamente hasta tomar vida propia y trastocar el sentido de lo real.

Compuesto de quince textos, el libro alterna entre relatos de viaje y textos breves —muy logrados— que sin llegar a ser minificciones condensan en el espacio de media página una historia redonda que atrapa inmediatamente al lector. Los personajes a veces se desplazan en busca de lo exótico, la trasgresión o lo extraño, otras veces el desplazamiento o dislocación se manifiesta a través de los sentidos, principalmente del gusto. Tal es el caso del relato “Paladar” donde una pareja, durante una gira turística en países latinoamericanos, busca mitigar la monotonía de lo cotidiano con experiencias gastronómicas extravagantes. La búsqueda de sabores nuevos es una metáfora de su amor “una larga mesa con muchos platos… [una]… mesa [donde hay] de todo”. Y así como la pareja explora con libertad y sin culpa distintas experiencias gastronómicas, la autora de estos relatos describe y representa, sin pudor, escenas despojadas de prejuicios que muestran el erotismo bajo un ángulo fresco, novedoso, y femenino. Así sucede también con la mujer hambrienta que se revela en “Instantánea borrosa de mujer con luna”. Este cuento breve funciona como una fotografía donde por las noches una mujer anodina se convierte en “un lobo, una tarántula, una serpiente. Todo”. La animalización, lejos de denigrar, exacerba, como en la vampira, la capacidad (o ¿poder?) seductora y subversiva de los personajes (sobre todo los femeninos).

También ocurre a la inversa, los animales domestican y humanizan. En la familia del cuento “Funeral doméstico” se confunden “los unos con los otros… La más pequeña imita a las serpientes poniendo su lengua entre los incisivos, [el] padre se rasca la calva mientras lee, aullando largamente”. Al morir, los animales son enterrados en el jardín: elefantes, jirafas y ocelotes yacen en la casa. No se sabe quien terminará comiéndose a quién o si el cachorro terminará alimentándose de sus dueños. Lo que no existe aquí es precisamente eso, un sentido de soberanía y en esta bizarra horizontalidad sucede lo extraño, la sorpresa. Las relaciones entre personajes, animales o partes del cuerpo —que toman un sentido autónomo— no necesariamente tienen una jerarquía y esta falta de jerarquía produce un efecto de caos, dislocación, extrañamiento.

Otros textos como “Pequeñas mujercitas” señalan la perturbadora desigualdad de géneros entre hermanos solapada por la misoginia materna y reproducida en los discursos de las figuras masculinas. “Aprende de tu hermano”, dice la madre quien una vez casado el hijo le reserva un sofá para cuando la esposa descubre sus infidelidades. El hijo afirma: “Yo no quiero tener que elegir a ninguna mujer porque la impresión que tengo es que ellas, más bien, quieren que elija y así tener pretextos para batallas. Los hombres somos para las mujeres un motivo más para su guerra. Y no, yo me niego a ese juego: estoy feliz con las dos, con las tres, con las cuatro que hay en mi vida”. Y así, en medio de un universo poblado de mujeres —algunas reales, otras diminutas e irreales—, se describe con perfecta precisión el cinismo del macho y sus dinámicas en el contexto latinoamericano.

Rodríguez Pappe demuestra cómo desde la libertad de lo fantástico se puede revelar la desigualdad social, articular una crítica aguda del mundo real y mostrar la complejidad de las relaciones humanas, tal como lo hace en el demoledor “Cuento antes de ir a la cama”. Las vivas escenas que componen estos quince feroces textos producen la misma punzada de miedo, asco, horror y fascinación que la primera vez que vemos a un fantasma.