"La perfecta"
¿Jugabas en el parque de niña?, me dijo entonces, hablándome de tú y mirándome a los ojos.
Perdón, se tapó la boca. El aliento. Hace mucho que no hablo con una mujer. Esas vienen a provocarme. Se meten en la covacha y me quieren manosear. Y no soy de palo y acabo haciendo lo que ellas quieren cuando se bajan el overol y se empinan. De frente no manito, no queremos olerte la boca, se ríen las muy cabronas.
Entonces me tomó la mano apurado.
No sé que digo, no sé estar con una mujer elegante. Lo olvidé. Ella no me hubiera permitido jamás estas palabras.
Yo le dejé mi mano entre las suyas, sucias y me le quedé viendo tan blanca y acicalada con su anillo de casada entre las manos negruzcas del hombre. Me gustaba mi mano limpia, de uñas barnizadas.
Se ponía aretes de perla y tenía un anillo como el tuyo con mi nombre, dijo suavemente. Toda mujer casada lleva un nombre de hombre en sus dedos. Y con sus dedos buscó mi anillo y lo deslizó.
Y yo, no sé por qué no opuse resistencia. Trató de leer el nombre grabado en el interior, alzándolo hacia la luz del sol que entraba por el fresno frente a nosotros. Nos los entregaron así. No nos dimos cuenta de inmediato y fuimos dejando el grabado para después, me disculpé con él. No hay que dejar nada para después, me dijo.