Leer a Julia Guzmán me hace pensar en la sororidad y su representación en la literatura mexicana. ¿Cuántas novelas hay que hablen de la alianza positiva entre mujeres como una alternativa a las formas patriarcales de organizar la vida? Pienso en Amora de Rosa María Roffiel y consulto mi biblioteca personal buscando otros títulos. Mi memoria falla y pienso que la sororidad en la literatura mexicana no es un tema sino una práctica. Pienso, por ejemplo, en el trabajo colaborativo entre Sara Uribe y Lucia María en Delta de sol, la traducción deliberadamente feminista de Sarah Booker o los procesos de antologar libros como Maneras de escribir y ser / no ser madre y Tsunami. Pero todavía me cuesta encontrar personajes o situaciones en la narrativa mexicana que den cuenta de la sororidad como una alternativa a la política patriarcal que impide el reconocimiento y la alianza positiva entre mujeres para mejorar con acciones específicas las condiciones impuestas por los sistemas de opresión (Marcela Lagarde). Por eso me toma por sorpresa que una novela de la década de los cuarenta tenga personajes que representen esta alianza entre mujeres que no solo les otorga poder, sino que les ayuda a mejorar su calidad de vida y así, juntas, imaginar un futuro feminista.
Nacida en Puebla en 1906, Julia Guzmán pertenece a la generación de las primeras dramaturgas mexicanas junto con María Luisa Ocampo, Magdalena Mondragón, Catalina D’Erzell y demás escritoras asociadas al exitoso proyecto de la Comedia Mexicana (1922-1938). Como dramaturga escribe Muérete y verás (1945), ¡Quiero vivir mi vida! (1949) y La casa sin ventanas (1954). También escribe dos novelas: Divorciadas (1939) y Nuestros maridos (1944) que después serían adaptadas al cine por Alejandro Galindo y Víctor Urruchúa respectivamente. Además, Guzmán es quizá una de las primeras escritoras que ejerce el derecho al divorcio, ya que en algún momento de la década de los veinte—y después de tener a su hija, la actriz Rita Macedo—la escritora se divorcia de Miguel Macedo Garmendia, dueño del teatro Xicoténcatl en Donceles. La hija la recuerda como “la terrible mamá Julia” puesto que, tras el divorcio, la abandona en internados y orfanatos mientras que el papá desaparece de su vida. Menciono esto porque la reputación de Guzmán tanto en aquella época como hoy en día se centra en su rol de ‘mala madre’ y en sus actitudes ‘excéntricas’ como el desafío al matrimonio, el rechazo a la institución familiar, sus largos viajes, etc. Sin embargo, sus novelas retratan está rebeldía como una pequeña revolución feminista que es posible gracias al trabajo de otras mujeres como Hermila Galindo y la promulgación de la Ley de divorcio en 1915.
El feminismo como tema en la literatura mexicana emerge durante las primeras cuatro décadas del siglo XX. En esta época, aparece como una forma de denunciar la desventajosa situación de la mujer y la terrible violencia del patriarcado. Sin embargo, para la mayoría de las escritoras de la época, es difícil imaginar alternativas que no reproduzcan las mimas formas de violencia. Por ejemplo, este es el caso de la ya discutida Indiana E. Najera o de Asunción Izquierdo Albiñana, cuyas ideas feministas solo son posibles a costa de otras mujeres—el personaje de Najera literalmente roba bebes a mujeres pobres y enfermas mientras que Izquierdo Albiñana esboza una jerarquía de género donde la mayoría de las mujeres no salen bien paradas. Puesto de otra manera, el pacto entre mujeres no existe ni en un nivel personal ni político. En este contexto, leer Nuestros maridos es reconfortante puesto que—a pesar del título medianamente engañoso y burlón—la novela narra la historia tres mujeres—dos solteras y una casada—con proyectos de vida muy diferentes pero que se apoyan mutuamente.
La historia comienza con la siguiente escena: las protagonistas Gilberta y Lina van caminando por la calle cuando presencian una escena de violencia doméstica. Las amigas dudan en intervenir por miedo a causar una escena, pero Gilberta se anima y detiene al hombre que golpea a la mujer, quien finalmente es arrestado por la policía. Este acto de sororidad les cambia la vida a todas las mujeres involucradas. Por ejemplo, la mujer agredida—de clase baja, con un hijo y una madre que cuidar—logra salirse de la relación violenta y conoce a un exiliado español que le ayudará a cumplir su sueño de ser la dueña de un modesto café. Mientras tanto y a causa de la agresión, Gilberta y Lina conocen a Javier Galán, un escritor mediocre y mujeriego que goza de cierta reputación por su performance de intelectual inalcanzable.
Así, Nuestros maridos se convierte en un ‘melodrama de enredos’ que atenta contra la amistad de estas mujeres. Sin embargo, la historia es diferente a la imaginada: Lina se gana una beca para irse a Nueva York y se convierte en una pintora famosa mientras que Gilberta—quien se embaraza de Javier—decide que no quiere la influencia de Galán en la vida de la niña porque ella quiere educarla a su manera: como una mujer del futuro, dueña de sí misma y en igualdad con los hombres. Y nunca dejan de ser amigas. Por otro lado, también está el caso de la prima de Gilberta quien no solo es engañada por el marido, sino que éste desvía fondos de su firma para mantener a la otra mujer. Anita decide llevarse a los hijos y abrir un negocio de antigüedades para poder mantenerse—su religión le impide pensar en el divorcio como le sugiere Gilberta. Al final, Anita se reconcilia con Ernesto pero se rehúsa a ser la ama de casa que antes fue: ahora es una mujer con autonomía tanto emocional como económica y Ernesto tendrá que aceptarla como su igual.
Julia Guzmán crea un pequeño mundo donde la sororidad es usada como herramienta de emancipación que, a su vez, impulsa nuevas formas de organizar la vida. Las mujeres de Nuestros maridos no compiten entre ellas e intentan alejarse de discursos que reproduzcan imágenes simplistas sobre la mujer. Si bien la novela tiene sus límites y la complicidad entre sus personajes funciona porque todas son mujeres privilegiadas, Nuestros maridos es quizá una de las primeras novelas que esboza la sororidad como elemento para la creación del futuro feminista que hoy estamos construyendo.