Hace unos pocos días (el 22 de abril para ser exactos) se anunció que la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi fue galardonada con el premio Cervantes. La sexta autora en un grupo de cuarenta y cinco autores: treinta y nueve de género masculino (cuarenta, si se incluye el ex aequo entre el argentino Jorge Luis Borges y el español Gerardo Diego en 1979). En su discurso (leído por la actriz argentina Cecilia Roth) enfatizó, entre muchos aspectos relevantes y sobre todo urgentes, la relación entre escritura y resistencia: “Convertí la resistencia en literatura, como hicieron tantos exiliados españoles, y en lugar de renunciar a la sociedad, como Marcela [personaje en Don Quijote de Cervantes], desde mis libros, desde mi vida he intentado como doña Quijota ‘desfazer’ entuertos y luchar por la libertad y la justicia, aunque no de manera panfletaria o realista, sino alegórica e imaginativa.” La literatura como compromiso, y para esto Peri Rossi regresa a los ya clásicos Sartre, Swift, Cortázar, Pessoa, Valéry. Y agrega, la “imaginación también es compromiso cuando no anticipación”.
La idea de compromiso, abandonada por su asociación con una literatura de corte social, y menos experimental, vanguardista y por extensión con menos “valor” estético, estableció una asociación errónea al equiparar lo político con la política. Cuando la activista, escritora y lingüista Yasnana Aguilar sugiere que “lo peculiar de la literatura y el arte es la relación que establecen con el mercado capitalista”, y que, por lo tanto, no sólo “debe dar cuenta estéticamente” de esos cambios, sino que “estas manifestaciones estéticas tendrían que divorciarse del mercado capitalista”, está insinuando, a su vez, una relación de “compromiso” entre literatura, estética e imaginación. Sin duda el Antropoceno (o Capitaloceno o Plantacionoceno...) urge todos los compromisos que ya fueron expuestos por Donna Haraway en sus manifiestos y escritos, pero ¿cómo generar un compromiso estético y político a la vez? Y ¿es acaso posible? Un punto de partida, según Yasnana Aguilar es la “rebelión de la imaginación” (esa imaginación comprometida de la que habló Peri Rossi) porque esa rebelión inicial provocaría interferencias, esto es, instaría a socavar la idea de que no “es posible la vida” fuera de los sistemas y estructuras presentes de dominación. La rebelión de la imaginación es necesaria, para la Yasnana Aguilar, como un paso que va más allá al planteo de utopías ya que además de su formulación se requiere de “amueblarlas a detalle”. Esto es, una escritura que resiste y una escritura que insta a la rebelión, que recurre a formas estéticas para desmontar y desarticular, “desfazer” un modelo erigido desde los cimientos más enraizados del poder, lo que la escritora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, definió, en Sociología de la imagen. Miradas ch’ixi desde la historia andina (2015), como “la estructura ramificada del colonialismo interno-externo” (63) cuyo fin es ejercer prácticas de sometimiento y control. Ejercicios de diferenciación y disciplinamiento.
¿Cómo sería esa escritura? Una escritura, como un arte, ya en términos más amplios, que registra ensamblajes e interdependencias entre organismos humanos y no humanos, y que reconoce e incorpora sus dinámicas dentro de una práctica estética, es de por sí, una manera de compromiso. Es posible que la escritura y el arte asuman y expresen un ethos ecológico situado y comprometido, como sugiere la crítica Mandy Bloomfield (2021) en un artículo sobre las formas de la poesía en el Antropoceno. Desde la experimentación, y desde un imaginario que en lugar de concebir el mundo natural como un espacio de renovación, lo piense y elabore en relación a los entornos afectados e intervenidos antropogénicamente. Este cambio supone una rebelión respecto a un imaginario que concibe la naturaleza omitiendo los procesos de intervención que han ido, como puntadas precisas, configurándola y representándola como un territorio de características prístinas. Imaginario que fuera elaborado, “fecho”, a través de procesos de vaciamientos tanto humanos como no humanos, y que fueron confeccionando ficciones de lo natural). Introducir un imaginario alternativo por medio de una rebelión que supone a su vez una apuesta figurativa diferente, identificando y aceptando los procedimientos de destrucción y exterminio que moldearon y conceptualizaron lo natural a partir de la omisión, implicaría, a su vez, esbozar una perspectiva de lo natural inextricablemente vinculada a los procesos histórico y culturales, y a las actividades humanas. Desplazar la mirada y privilegiar enredos y contingencias; sustituir una perspectiva centrada en una subjetividad exclusivamente humana, e invitar, explorar, incorporar formas alternativas de agenciamiento, comunicaciones interespecies y colectividades receptivas, fluidas, relacionales, y conectadas a políticas afectivas y del cuidado. Sólo una estética comprometida desde la imaginación y una pulsión tangible y determinada a amueblar (y nótese que no se sugiere aquí “decorar”) las utopías, y no sólo formularlas, posibilitaría una rebelión que, como plantea Yasnana Aguilar en su texto-discurso “El agua y la palabra”, interrumpa procesos de expropiación asentados en prácticas como el terricidio y, como praxis correlativa de exterminio, el lingüicidio. O que “dezfagan”, siguiendo a Sousas Santo (2006), los modos de producción de ausencias que operan en el marco de la racionalidad occidental y que son materializados por medio de las (cinco) monoculturas. Compromiso y rebelión, a su vez, para imaginar y diseñar “nuevos mapas donde cabe todo aquello que fue excluido por una historia de epistemicidios” (2016).