Alejandra Costamagna es una maestra para crear universos destartalados; miniaturas cotidianas y extravagantes que el lector observa como si tuviera entre manos una esfera de jabón, en la que llueve ceniza y en la que la estabilidad promete romperse con el más mínimo temblor.
En estos magistrales mundos en transición, asistimos al torcimiento existencial de personajes cuyas articulaciones en/con “lo humano” son defectuosas, cuando no rígidas y atrofiadas. Personajes obligados a suplir y sanar esa invalidez emocional a través de las relaciones con los animales (perros, gatos, loros…) que –claro– no hablan, que no plantean disonancias entre el decir, el hacer y el pensar y que, por tanto, se constituyen en verdaderos albergues para el amor (o para el desamor), en sus distintas variantes; en símbolos vivos de la soledad.
Esta rara Mantis nos va cercando, pues, con gran astucia literaria y con un humor, a ratos negrísimo, que achica la calamidad y la vuelve tolerable, convirtiendo a quien la lee en un sobreviviente más de esta tragicomedia de la vida.