Cada vez es más complicado develar el enigma de qué es un buen cuento y cómo debe ser. Hay modelos para todos los gustos. Una de las posibles y más sabias y acertadas respuestas a semejante misterio son los cuentos de Liliana Colanzi. Cuentos desbordande de luces y de sombras y, sobre todo, de perturbadores claroscuros. Cuentos que son, también, como visitas a un planeta lejano y nuevo pero a la vez conocido y próximo. Y es que las idas y vueltas y las alzas y bajas de la juventud —a veces con titulo de una canción de Charly García pero, atención, ahora también sonando desde un lugar en que los discos de Lou Reed ya no pertenecen a los hijos sino a los padres— siempre serán cuentos que hay que vivir bien para contarlos aún mejor, con una rara astucia y envidiable madurez, trabajando duro, aunque el libro se llame Vacaciones permanentes. —Rodrigo Fresán