Ávido mundo es experimentar un golpe de luz ese que deslumbra al abrir los ojos en una habitación asoleada luego de un sueño reparador y prolongado, o el que deleita y casi lastima la vista al pasar de una habitación oscura a la luminosidad y bullicio de un jardín. El volumen de María Baranda es felizmente mutante en su forma y fondo es un poema cosmogónico e intimista al mismo tiempo; relato de los orígenes y de las trasmutaciones de la materia y, a la vez, retrato de familia; poema de inteligente abstracción desplegado, sin embargo, en versos afables y transparentes. En este libro, la voz poética devuelve al mundo sus voces y hay una naturaleza elocuente donde seres animados e inanimados se acoplan y desacoplan en un mismo rumor o un mismo grito. La hechura oscila entre la exactitud de la imagen y el goce embriagador de la música y demuestra un oficio probado en todas las dimensiones y destrezas de la poesía. Como sólo ocurre con ciertas obras de excepción, el rigor se enlaza con el goce y Ávido mundo muestra una voluntad de forma y una pericia técnica puestas al servicio de un temperamento sabio, festivo y colorido, de una lúcida celebración de la vida.