“Este no es mi viaje. Este es mi viaje”, escribe Daniela Catrileo, en la cadencia del pensar que entiende que “no hay estructura ni origen”. Río herido nos recuerda que estamos contaminados por el lenguaje y el afuera que nos dona la grieta, la memoria de la lengua que habitamos como corte y herida, intermedio y acontecimiento que es el poemma. Sin alivio la niebla emerge preguntando: ¿Padre, el niño que eres, recuerda a su madre? Y cuando no hay recuerdo sino abandono lo que responde es una imagen: padre e hija pueden soñar un origen, redimirse y remontar lo olvidado. Río herido agita el agua en la grieta para que los muertos sin historia y sin lengua puedan aullar. “¿Qué se abre en el lenguaje de las aguas?”. Catri-leo: cortado / ḻewfü / leufú / río. Leo cortado, leo herido, leo golpes, leo el río. Leo, río. No hay consentimiento con el nombre sino “monstruosidad semántica”, no hay certeza sino agitación, hay odio y amor por los ancestros. Exilio de la lengua en la patria del río, en que leemos la escritura que busca su caudal. Azar y contingencia del poema, fraguado entre costillas y huesos que ceden al silencio, al pasaje y la duda: “Ahora puede llover”. Río herido escribe la promesa incierta de la escritura, contra el imperativo de la decisión y se ata a la posibilidad del poema. Escribe en la ribera, y solo si miramos de costado y sumergidos podremos leer. Esta agua no purifica, quema.