«Un paciente de un hospital intenta dejar por escrito una serie de señales que son como guías para entender su obsesión por otro paciente, por los escritos de ese enfermo al que "sacaron del mundo". Hay ciertos datos, registros. Hay un archivo, un grupo de papeles con textos que intentan construir un diálogo. La poderosa escritura del paciente del Pabellón Rosetto trasmina la escritura de ese otro enfermo de quien desconocemos su nombre pero no sus "delirios", sus febriles anotaciones en donde, como un palimpsesto, emergen una y otra vez el registro y las "esquirlas" del argentino. Hay huellas. Hay contaminación. Mejor, la escritura como transfusión de una enfermedad incurable. Aquí está una historia. Y Amelia Suárez Arriaga se arriesga, y lo hace con un lenguaje que evidencia su mutabilidad, su mímesis, para lograr, como querían los místicos, la unicidad». —León Plascencia Ñol —