La narrativa de Carolina Herrera ilustra la siguiente verdad: lo complejo y sorprendente de la existencia que vivimos entre todos, y que a todos nos enlaza. Adela Monroy González, mujer cuyo fin violento se asemeja a una muerte muy famosa de la nota roja mexicana, tiene una familia, amistades, gente que la amó o la detestó, y que es afectada de diversas formas por su desaparición. Ellos, a su vez, tienen sus propias vidas, no menos extrañas, no menos improbables. Poco a poco, relato a relato, vamos conociéndolas, y encontrando en ellas motivos de risa, de horror, de mera compasión o piedad. Como un fractal -figura cuyas partes se parecen al todo y hacen eco del todo-; o tal vez como una sinfonía -en la que diversos temas y frases musicales se repiten, se unen de diferentes formas, nos sorprenden entregándonos lo que ya conocíamos de formas nuevas-, Flor de un árbol raro puede ser el principio de un viaje. O de dos, en realidad: uno a través de la realidad, como puede representarse en la literatura, y otro por la obra de una estupenda narradora.