Sexto poemario de María Soledad Quiroga. El caracol que se desliza por sus páginas, dejando al pasar su "tinta diminuta", era ya sin duda un huésped, un visitante, de las piedras, Los muros del claustro -ese otro hermoso libro, o capítulo, de Quiroga- que antecedió a esta nueva entrega, pulcramente implacable, y que signa el recorrido, o las estaciones, de una misma pasión. Ella se cumple y se entrega, se averigua y ejercita, esta vez, a través de un caracol, esa casi nada de animal que "arrastra el mundo desde su origen" y que es nombrado, descrito en concisos, perfectos versos que dan cuenta del cántaro y la voluta, la lentitud y el vértigo, la espiral que lo acompañan. En su relativa brevedad, este libro se engarza como una joya en el manto de la poesía. Leerlo también puede convertirse en una asombrada, personal pasión. (Juan Cristóbal Mac Lean).