Hay dos formas fáciles de afrontar la vida de las mujeres en prisión en nuestro país y los motivos que las llevaron allí: una es pasarla por alto y la otra es convertirla en un valle de lágrimas. El mérito de Sylvia Arvizu ha sido encontrar una tercera opción. La más ética y estética posible. La de reintegrarle su carácter humano.