Pensar la finitud. Los fines. Dice Solange Rodríguez Pappe que la idea de fin es vital a la hora de considerar las diversas dinámicas imbricadas en los cambios que el Antropoceno va produciendo en el planeta, como en las alteraciones geológicas generadas por los humanos. Dice Solange Rodríguez Pappe que uno de los aspectos más interesantes en este momento es la de imaginar qué vendrá luego del fin del mundo, o del fin, los fines, aunque este fin sea apenas discernible dado que venimos experimentando diversos fines.
El escritor norteamericano Ralph Waldo Emerson profetizó que el fin de la raza humana sucederá, eventualmente, a causa de la civilización. Y el naturalista John Muir señaló que el “paganismo burdo” de la civilización no sólo destruyó la naturaleza, sino la poesía y todo aquello que pudiera ser catalogado como espiritual. Esta prognosis se inscribe en un mapa más amplio, uno que alterna entre la acción y la resignación. Qué ocurrirá luego, qué acontecimientos nos depara el futuro––esa temporalidad cada vez más cuestionada, y cuya proyección traza curvas que escapan a las sucesiones teleológicas del progreso––es un enigma no tan secreto ni misterioso. Una incógnita explicable. Porque la civilización que supimos erigir nos espera desde su reverso. Los sueños de la razón nos sorprenden cada vez menos. Su revés entraña pesadillas. Nuestras capacidades tecnológicas se paralizan frente a los grandes tsunamis de la sin razón. Una sin razón predicha, sin duda, pero completamente desatendida.
Según un científico de la EPA (la Environmental Protection Agency o Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos) la ciencia ficción dejó de ser ficción. El futuro, advierte, nos depara migraciones masivas, desabastecimiento de comida y agua, la propagación de enfermedades letales, incontables fuegos forestales, incendios incontrolados que arrasarán todo aquello que se encuentre en su camino. Las tormentas tendrán el poder de destruir ciudades, ensombrecer el cielo y crear una oscuridad permanente. Esta prognosis, por cierto escatológica, no es una predicción originada en la ciencia ficción. Tachemos ficción. O examinemos su significado.
Dice Solange Rodríguez Pappe: “He creído, desde siempre, que la literatura es la historia de la imaginación de la humanidad que marcha paralelamente de la historia ‘real’, si es que eso es posible, porque toda construcción histórica es también una ficción”. La ficción, aquí, como eje o punto de inflexión: ya sea para desestabilizar el relato histórico, ya sea para demostrar que es demasiada exacta, más precisa que la exploración científica, con sus variables, descripciones, explicaciones y observaciones que intentan predecir hechos, fenómenos y comportamientos en su búsqueda por lo infalible. La ficción no pretende ser objetiva. La ficción como sitio––¿guarida?––al que regresar, porque allí se encuentra lo inefable. Es el recinto que alberga respuestas a los interrogantes que nos acechan, nos atormentan, y nos rodean. Si la ciencia ficción es especulativa, sin duda se asemeja hoy al trabajo científico, cuya meta es la de conjeturar posibles escenarios, entre ellos, el que nos describe el representante científico de la EPA.
Frente a prognosis calamitosa, Solange Rodríguez Pappe abre un intersticio, una potencialidad que se aferra al arte, dado que en el arte, ante todo, se inaugura la posibilidad de encontrar un poco de luz. La solución o la propuesta, en este caso, es no tanto mirar hacia el futuro––esas tormentas ennegrecidas que se desploman del cielo––sino hurgar en el pasado. Es lo que, enfatiza Verónica Gerber Bicecci, cuando, citando a Ursula K. Le Guin en alusión al ensayo especulativo, afirma: “de este modo ‘el pasado es lo que sabemos, podemos verlo, está frente a nosotros, bajo nuestras narices’, y esto nos ubica en un estado ‘de conciencia en lugar de progreso’. En cambio, ‘el futuro es lo que no podemos ver, a menos que nos demos la vuelta y echemos un vistazo’. Ensayar especulativamente se trataría precisamente de algo así: una conciencia del tiempo ‘al revés’”.
Quizá sea provechoso concebir la crisis planetaria y el imaginario escatológico como un hecho pasado. Si la crisis planetaria ya pasó, porque en esa ficción que no es ficción sino una prognosis narrativa en que el futuro ya fue escrito––y reescrito––hasta la saciedad, acaso una forma liberadora de figurar modelos alternativos sea la de aceptar que el fin ya llegó y está aquí, instalado: nos mira y nos interpela. Claro, el fin genera crisis y la crisis nos perturba. Una serie de interferencias que desbordan nuestros métodos de reflexión e imaginación, de sopesar la escala, la velocidad, y la magnitud de las transformaciones, muchas de las cuales siquiera somos capaces de palpar. O de aprehender. En esa serie de interferencias los fines, la finitud, lo que no está, no estará, la extinción, lo que dejó de existir, cesa, cesó y cesará, nos miramos, como si el espejo de la ausencia pudiera reestablecer las existencias extintas. Lo que perdimos.
Construir desde las cenizas, desde la omisión. Recuperar los retazos del pasado, los vestigios que se hundieron en las capas temporales y espaciales, porque, como sugiere Solange Rodríguez Pappe, los “tiempos se infiltran, están allí incluso en nuestro propio lenguaje” y ahora somos todos “póstumos”. Reclamar esos vestigios es una pequeña victoria dentro de la economía de las carencias. No se trata, vale aclarar, de una nostalgia por la extinción; no se trata de idealizar lo que no está. Se trata más bien de organizar las capas del tiempo y del espacio, de la memoria y del lenguaje, de manera tal que esa conciencia del tiempo al revés se incruste en un ahora, en la finitud del ahora. Se trata, aún más, de suspender el ahora, y quizá en esa pausa seamos capaces de especular, capturar el presente para que las prognosis narrativas que emergen de la palabra devengan herramientas de, siguiendo a Margaret Atwood, “imaginar cómo salvar el mundo”. Y para esto, señala, Solange Rodríguez Pappe, “hay que dejar de pensar en conquistar y empezar a entender. Hay que mirar más fuera de nosotros y recordar el pasado”. ¿Cómo será el pasado en ese futuro presente? La escritura, la ficción, su materialidad y su imaginación, desde luego, sabrán narrarlo.