Recientemente releía dos libros, Aldea Lounge y Tres semillas de granada de Gisela Heffes y Rose Mary Salum respectivamente y me hicieron pensar en cómo se construye la memoria de los que hemos migrado. Heffes dice que la memoria opera de manera dislocada; Salum, que nuestra mirada hacia atrás está determinada por un nuevo paisaje. Alguien más que nos ha puesto a reflexionar sobre lo que es la memoria desde fuera, que desmenuzó ese dolor de aquel que seleccciona para sobrevivir lo que ha de recordar y lo que ha de olvidar, de crear una identidad en las desarticulaciones del olvido, es Sylvia Molloy
¿Pero no es así como vemos todo en la distancia cuando hemos migrado a otro país, dejando tantas cosas atrás pero a la vez trayendo con nosotros muchas otras revueltas en las maletas de los recuerdos? ¿No es que a la distancia todo se recuerda dislocado, desarticulado? Recordamos de manera fragmentada en pedazos que después se van hilvanando como un patchwork, más que en un rompecabezas. Todo es parte de una memoria difusa que hace sentido para nosotros mismos, porque sólo así es como podemos sobrevivir en el obligado desapego afectivo que la diáspora, de una u otra manera nos forza.
¿Será que en el mes que tanto se celebra la hispanidad en los Estados Unidos, recordatorio de la gran cantidad de personas que muchas veces, como dice la canción, "no son de aquí, ni son de allá" pienso más en los muchos que compartimos esa memoria fragmentada. De que somos muchos los que tenemos el cuerpo en un lado, pero el alma en otro. Yo lo veo día a día al conversar con tantas escritoras y encontrarme con una gran cantidad que han hecho vida fuera de su país de origen, lejos de ese nombre que dice su certificado de nacimiento, de la casa familiar. A veces la conversación nos lleva a cosas que tenemos en común como migrantes de países de habla hispana, de la misma historia colonial o colonizada. Otras muchas es lo que nos hace tan diferentes, tan únicos, porque todas venimos de contextos tan distintos, de historias tan diiversas. Y me pregunto en dónde nos encontramos en el aleph del destierro. Algunas de ellas ya no han vuelto a su tierra de origen por razones políticas, otras la visitan en alguna celebración especial, unas más, como yo, tenemos la suerte de estar cerca de los dos lados, otras se fueron de un pais del que no querían irse. Y están también las que han perdido esa cercanía e incluso el idioma, pero no el orgullo de llamarse con el gentilicio del origen de los padres o de los abuelos.
Somos una tierra de migrantes que recuerda en fragmentos, que pretende que el tema de la memoria y el olvido lo tiene resuelto, pero que en realidad, en el fondo se sigue preguntando quién es y hacia dónde va en esa línea tan delgada y frágil que es la identidad. Es como Heffes dice en Poéticas de los dislocamientos la perspectiva del escritor sujeto a la experiencia de desplazamiento y dislocación adquiere dimensiones múltiples y es en la nostalgia y la introspección que se definen el tono, la voz e incluso la selección del idioma con el que hablamos; nuestra selección de palabras como diría Valeria Correa; nuestras miradas críticas y entrañables, como me dijo Gisela Kozak; el "olvido olvidado, aquello que creímos borrar", como escribe Luisa Valenzuela en su último libro.
Y sí, ¿no es así cómo recordamos los que migramos?