Siguiendo en la idea de mi post de hace una semana, regresé al libro de Alicia Kozameh Sal de sangres en sangre (Alción, 2021). Quería leer algo sobre el espacio que queda cuando alguien se va y deja el vacío, el hueco en la vida de otros. Pues pensamos desde los que nos vamos en esa escritura de la nostalgia, pero me preguntaba sobre quién recoge los recuerdos de los que se quedan. ¿Cuáles son las pérdidas que esa persona que se ha ido y dejado todo atrás? ¿Cómo nos ven aquellos desde ese lugar en donde se han quedado?
Es esta una conversación continua, un reclamo también de cómo el que se va puede hablar de la experiencia de los que se quedan, opinar sobre los temas de la familia, de los amigos, del país. Irse significa no estar ahí. Es como cuando escuché a dos hermanos y el que se había ido argumentaba que "cuando se está lejos es cuando más cerca se puede estar", "vivir en más espacios simultáneamente, con los ojos más grandes viéndolo todo". Pero la respuesta del hermano fue más práctica. "No estás para cuidar a mamá, para salir a comprar sus medicinas en medio del tráfico y una lluvia torrencial, para llegar y encontrar que la farmacia está cerrada, porque un grupo de maleantes la han asaltado". "No estás ahí parado frente a la cortina bajada, frustrado"
Hablar de la memoria de la migración sería entonces una calle de dos sentidos, en donde el que se queda también recuerda a ese otro que ha dejado atrás, por lo menos físicamente, familia, espacios, celebraciones, eventos. Se está presente a la distancia, se celebra con los otros en la voz de un celular, se abraza detrás de una pantalla. Pero el abrazo no es el mismo, no lo es la intimidad de la cercanía física, de la ayuda y el apoyo en ese momento. Pienso en los niños, por ejemplo, en cómo nos ven a los que de tiempo en tiempo los visitamos y llegamos de ese país distante. En mi nieta de 5 años que me pregunta cuando es tiempo de que ya me vaya de nuevo "¿por qué te vas?" En cuando desde el umbral de la puerta me dice adiós con su manita, para después dar vuelta y seguir con sus juegos ¿Cómo recoge ella en su inocencia los recuerdos de esta abuela que no está ahí para cuidarla, para jugar con ella?
Somos para ellos como dice Gisela Meneses en Del sur al norte. Narrativa y poesía de autores andinos "ese ir y venir desterritorializado... la marca indeleble de aquellos que vivimos trazando los pasos entre un país y otro".
Y me pregunto sino además de escribir de la memoria ¿la literatura de la migración debería ser también la del que se queda, del que ve al otro migrar, algunas veces sin comprender porqué se ha ido?
Las paredes llenas de fotos del ausente son el testimonio de su no presencia, de un recuerdo colgado en un clavo.
Mi hermana salta hacia un espacio que carece
de espacio. Desde allí, ¿qué va mirar sin ver?
Nadie a quien cubrir con una manta en medio
de la noche. Nadie a quien subir y bajar en brazos
por las escaleras de madera lustrada en un
loco equilibrio que nunca terminó en
caída. A quien pasarle por la boca
una servilleta que le absorva la saliva en
constante rebeldía
Alicia Kozameh. Sal de sales en sangre (Alción, 2021)