El título de un libro que se cruza constantemente en mi camino es Habla, memoria (Speak, Memory 1951) de Vladimir Nabokov, donde el famoso escritor ruso-americano rememora detalles de su infancia y juventud. Me gusta cómo en él utiliza “Habla” como un vocativo, una invitación, un llamado, un mandato. “Memoria”, por otra parte, convierte a la memoria en personaje para tener con ella un diálogo y no un monólogo sobre ese repositorio de nostalgias y autoficciones que todos atesoramos en nuestros recuerdos. Se dice sobre este libro que el autor había planeado una secuencia y hacer un segundo volumen titulado Habla, America (Speak, America), pero que ya no logró hacerlo.
Los títulos de los libros conforman un imaginario colectivo de lectores e incluso de no lectores. Son parte de la lista que forzadamente tuvimos que cubrir en la escuela. ¿Quién no recuerda el famoso Florilegio de cuentos? Y si bien hay personas que coleccionan títulos para mencionarlos como prueba de su abundante conocimiento de las letras, hay muchas que a veces no han leído los libros. O también ¿a quién no le ha pasado que se acuerda perfectamente del tema o la historia pero no del título del libro que acaba de leer?
Para un escritor ponerle título a su texto es un acto demiúrgico y una gran decisión, porque será en él donde la esencia de este se resuma. Los título que no requieren traducción atraviesa fronteras, como el famoso Umami (Random House, 2015) de Laia Jufresa, traducido ya a 9 idiomas. Otros títulos se enriquecen con juegos en la tipografía como lo hace Claudia Apablaza en GOØ y el amor (La calabaza del diablo, 2013. Sudaquia, 2014) o en la puntuación y la sintaxis como en el de Minerva Reynosa, Photograms of my conceptual heart. Absolutely blind (Cardboard House, 2012). Hay títulos que se convierten en marcas con un enorme branding atrás, y si no piensen en Harry Potter y los 670 millones que vale la escritora británica J. K. Rowling.
En un mundo donde el branding lo es todo, la industria del libro no puede quedar fuera. Por ejemplo, es inconfundible el diseño de The New York Times con la adaptación de la tipografía Cheltenham por Morris Fuller Benton en 1907, o el icónico diseño del titulo del periódico español El País. En este universo la tipografía, la puntuación, los signos, son todos bienvenidos, porque tienen un propósito y una intención, porque mandan un cierto mensaje, porque ahí nada es producto de la casualidad. Famosas marcas existen como "Deloitte.", "redbox.", "oath:" y una que me encanta "Darling," las cuales dejan en el punto, el punto y coma, y la coma la sensación de una conversación en marcha.
“Hablemos, escritoras.” juega en esas tradiciones, la de utilizar un vocativo para invitar, “Hablemos”; la del énfasis en la persona central de todo su proyecto, las “escritoras”; y la del “punto” que determina que esto es una conversación. El nombre, título, o marca anuncia la sospecha del nacimiento de una nueva visión que invita desde el inicio a hablar de escritoras. Buena tarea a la que se dio el equipo de la empresa mexicana de diseño Enigma con el desarrollo de nuestra nueva imagen y en repensar nuestro nombre.