Lo que escribo definitivamente es una visión muy sesgada de una costarricense de padre boliviano que, a partir del 2000, una vez que pudo pagarse por sus propios medios el pasaje aéreo, con suerte logra visitar cada dos años a la pequeñísima familia que le queda por allá. Estas impresiones son las de una estudiosa de la literatura centroamericana con mirada de outsider y que, cuando está por esos lares, pasa por La Paz, se queda en Cochabamba y se lee fielmente el suplemento cultural Ramona.
Ya solo mencionar dicho suplemento nos ubica temporalmente, pues se fundó en el 2005 y es justamente a partir de la última década del siglo XX que empieza a sentirse un golpe de timón en las letras bolivianas. Paulatinamente emergen los puntos a partir de los cuales se teje un campo cultural y sus instituyentes. Si bien el Concurso Municipal de Literatura Franz Tamayo en las ramas de cuentos y poesía se creó a mediados de la década de 1960, el Premio Nacional de novela se fundó recién en 1998 y el Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal en el 2000. Ni qué decir de la aparición de librerías como la Yachaywasi que en sus estantes despliega editoriales mexicanas, argentinas, chilenas y españolas, entre otros. Asimismo, va tomando forma un andamiaje de espacios culturales, a veces fugaz, pero no por eso poderoso, que dinamiza este campo cultural. Por otra parte, empiezan a fundarse editoriales autogestionadas, independientes, alejadas de una visión empresarial, cuyos títulos empiezan a ganar los premios ya mencionados. Entre ellas están Editorial El cuervo, Editorial Nuevo Milenio y Plural editores, en la que la Mónica Velásquez Gómez ha publicado sus últimos poemarios.
En esta suerte de magma cultural, destacan escritoras como Magela Baudoin y Giovanna Rivero, quienes fundaron Mantis narrativa bajo el paraguas de la ya mencionada Plural editores. Forman parte de un grupo de escritoras bolivianas en el que también se encuentran Liliana Colanzi, la fundadora de Dum Dum editora, y Camila Urioste, editora de Editorial 3600. Sus catálogos forjan lazos hispanoamericanos gracias a coediciones como la que permitió la publicación de Nefando de Mónica Ojeda, editada originalmente por Candaya, en Dum Dum editora y de Siberia de Daniela Alcívar Bellolio, en Mantis narrativa.
Como no es de extrañar, la distribución sigue siendo el mayor obstáculo. Sin embargo, poco a poco se visibiliza la literatura boliviana reciente en el exterior y también en el interior del país. Hoy en día las redes sociales, proyectos como Hablemos escritoras e iniciativas digitales de todo tipo se apoyan y alimentan una plataforma, una suerte de rasero común que va más allá de las particularidades de cada país y de cada dialecto, que une al público lector y a las escritoras, así como a las escritoras latinoamericanas entre sí. Compartimos migraciones, desencantos, luchas, lecturas y también esperanzas. Se trata de un lente “glocal”, una perspectiva cosmopolita que nos permite ver las complejidades particulares más allá de Latinoamérica y que rompe el espejismo de las historias únicas, en palabras de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi.
Ojalá que, en un futuro pos pandémico muy próximo, mi abuelita ya esté vacunada y yo pueda viajar y sentarme en la sala de mi tía a leer la versión en papel de Ramona. Desde ya anticipo el festín de ojos que me daré con los nuevos títulos en las librerías paceñas y cochabambinas.