Recuerdo que, en mis años universitarios en Costa Rica, a mediados de los noventa, la oferta de libros latinoamericanos contemporáneos era muy limitada. Eran contadas las editoriales y resultaban ser las mismas sospechosas de siempre en toda América Latina. Veinte años más tarde, vemos una explosión de editoriales independientes en toda la región y, como muestra, basta con entrar a la página de Hablemos escritoras y pasar revista por las editoriales independientes que se han aliado con el proyecto.
Tal vez sea más ingenua de la cuenta, pero al ver sus catálogos, quiénes están al frente, cómo cuidan su trabajo y su generosidad, me llega un fuerte aroma de subversión. La idea de establecer un catálogo exclusivo ya no parece ser el norte; lo importante está en otra parte, en divulgar un buen texto, en darle cabida en diferentes mercados. En las manos de estas editoriales, los libros recuperan su condición de objeto de larga vida, cuidado por dentro y por fuera.
Siguiendo el planteamiento de Ana Gallego, la irrupción de estas editoriales independientes supone la ampliación de mercados literarios alternativos, más segmentados. Esto habría sido imposible sin la llegada de nuevas y más eficientes tecnologías de impresión, claro está. Posiblemente el fenómeno se ha producido justamente porque la literatura como tal ha perdido ya desde hace varias décadas esa posición central que intentaba sostener. Paradójicamente, su marginalidad le permite entonces cierta libertad de movimiento.
Ahora bien, el concepto de editorial independiente se las trae como ya lo hemos mencionado en otro de nuestros podcasts. En aras de entendernos, en esta breve reflexión uso el adjetivo para distinguirlas de las estatales, universitarias y las multinacionales. Por otra parte, estoy dejando por fuera a las cartoneras. A las que hago alusión acá es a las que están claramente insertas en la dinámica de mercado y cuentan con ISBN, para empezar, y con los mecanismos legales para lidiar con las particularidades de los derechos de autor y demás.
Retomando lo indicado por Gallego, estas editoriales independientes amplían la “bibliodiversidad”, al ocuparse de obras descatalogadas, estéticas extremas, escrituras feministas y LGTBQ, entre otros. Pienso, por ejemplo, en Delta de sol de Lucía María Treviño, publicado por la editorial mexicana Dharma Books. En su poemario, Treviño reescribe el poema canoniquísimo “Piedra de sol” (1957) de Octavio Paz y darle el espaldarazo es también una posición ideológica. En términos más amplios, como lo indica la autora y editora australiana Susan Hawthorne –cofundadora y directora de la editorial feminista Spinifex Press, estas editoriales se arriesgan y uno de los resultados concretos de dichas apuestas es la nueva visibilidad de las escritoras mujeres.
Yendo más lejos de las apuestas individuales de cada editorial, me llaman poderosamente la atención los nexos entre editoriales, con el fin de provocar una mayor exposición y, con suerte, circulación de los libros. Les pongo el caso de la novela Nefando de la ecuatoriana Mónica Ojeda, novela publicada por la editorial española Candaya en el 2016 y reimpresa por la boliviana Dum Dum editoras, dos años más tarde. Para seguir con esta última editorial, Liliana Colanzi reimprime Eisejuaz (1971) de Sara Gallardo en el 2017 y, dos años más tarde, la reimprime la editorial argentina Malas Tierras (2019), dándole así una nueva vida a esta novela increíble y olvidada. Otro ejemplo interesante de este fenómeno es el de la novela Los eufemismos (2020) de Ana Negri. El objetivo era lanzarla simultáneamente en dos editoriales de dos países distintos, la chilena Los libros de la mujer rota y la mexicana Antílope, esta última dirigida por las escritoras Jazmina Barrera e Isabel Zapata.
Las multinacionales, generalmente, no pueden darse el permiso de realizar experimentos como los que acabo de mencionar. Y, muy posiblemente, para estas editoriales independientes encontrar los mecanismos para concretarlos supone intensos dolores de cabeza y horas de negociación. Sin embargo, con tenacidad lo han logrado. Definitivamente así no era, ni por asomo, el panorama editorial de los noventa y me entusiasma pensar que estas colaboraciones intereditoriales nos seguirán sorprendiendo. Recrudece la esperanza porque sí es posible una aproximación más amorosa al texto, al libro como objeto y a los lectores y lectoras.